Columna de Sebastián Soto: La trampa de la bala de plata
Que la mochila de estas reformas al sistema político la hayan tomado senadores de partidos con vocación de gobierno es una buena noticia. Las facciones y partidos con vocación de oposición -tanto en derechas como en izquierdas- levantarán las más intensas críticas. Hay que seguir adelante sin buscar la “bala de plata”.
Una línea tenue divide hoy a las fuerzas políticas que integran el Congreso. No es generacional ni ideológica. Es la frontera entre aquellos con vocación de gobernabilidad y aquellos con vocación de oposición.
Hay algunos partidos, en izquierdas y derechas, que tienen vocación de oposición, solo buscan impugnar. Aspiran a ser una fuerza de minoría incidente, pero ojalá lejos de los costos que impone gobernar. Por eso protegen su nicho y sus caudillos.
Hay otros partidos que conservan la vocación de ser gobierno. Aspiran a las mayorías con una agenda más contenida, y a encabezar un gobierno que permita ir concretándola paulatinamente. Es por esto último que para ellos generar reglas para la gobernabilidad del mañana es imperativo, porque el diagnóstico es claro: la de hoy está severamente dañada.
En los próximos meses seremos testigos del enfrentamiento de estas dos vocaciones. La cancha de la disputa será la reforma al sistema político, que empieza su recorrido tras la moción presentada por un grupo de senadores. Unos, los con vocación de mayoría, intentarán levantar un acuerdo que establezca algunos cambios que empiecen a sanar -o al menos acotar- las enfermedades del sistema político. Los otros encontrarán diversas formas de impugnar las reformas: que es insuficiente, que debe ir más lejos… El duro fracaso constitucional nos debiera haber operado de las “balas de plata”. Por mucho tiempo la “nueva constitución” fue la solución a todos nuestros problemas… hoy parece que buscamos una respuesta tan simple como esa para resolver todos los problemas del sistema político.
La reforma prefiere el camino de la precisión y el realismo. Aborda dos problemas concretos y lo hace con mecanismos que generan incentivos próximos.
El primero es el discolaje parlamentario que se ha extendido con tanta fuerza en estos años. La moción fortalece las bancadas al establecer la pérdida del escaño en caso de renuncia a la bancada originaria. Javier Sajuria, en una columna reciente, cuestiona esta norma porque no es perfecta (no mejora la disciplina interna ni fomenta la coherencia y democracia de los partidos). Es evidente que fortalecer el sistema de partidos es necesario y requiere de muchas otras reformas (como corregir el sistema de financiamiento o una reforma electoral). Pero ello no debiera impedir apoyar con entusiasmo una propuesta que va en la línea correcta. Como han mostrado estudios (Toro y Noguera, 2024) y aparece con claridad en el propio Congreso, las bancadas vienen operando hace tiempo como mecanismos de control entre pares que, incluso a veces más que los partidos, generan cohesión y disciplina interna. La existencia de bancadas más estables, ¿no reduce los costos de transacción en las negociaciones Ejecutivo-Legislativo? ¿No contribuye eso a la gobernabilidad?
La segunda propuesta establece un umbral de votos para acceder al Congreso Nacional. Este es un remedio común en el mundo para reducir la fragmentación. ¿Es perfecto? No lo es. ¿Es eficaz? Definitivamente sí. En Brasil, un sistema presidencial como el nuestro, ha mostrado su eficacia al generar una reducción en el número de partidos. Combatir la fragmentación por medio de reglas es especialmente importante en momentos políticos polarizados y atomizados como los que vive Chile y el mundo. Tal vez en el pasado la fragmentación fue contenida por reglas no escritas. Hoy es imprescindible legislar para reducirla y el umbral que propone el proyecto es un buen comienzo.
Sajuria y otros han criticado esta regla por múltiples razones. Las críticas terminan regularmente en una propuesta distinta: eliminar los pactos electorales. Esta idea, que no es incompatible con la propuesta de los senadores, olvida dos aspectos. El primero es que muy probablemente el umbral genere como incentivo adicional una reducción de los pactos: la regla incentivará a los partidos a llevar la mayor cantidad de candidatos en el país por lo que pactos muy masivos serán desaconsejados. Pero además en una cultura coalicional como la chilena, eliminar los pactos electorales es contraintuitivo. Gobernar juntos en La Moneda, pero competir fuera de ella es garantía de una coalición inestable. Y de nuevo: lo que la gobernabilidad requiere es un presidencialismo de coalición que ofrezca espacios de estabilidad.
Que la mochila de estas reformas la hayan tomado senadores de partidos con vocación de gobierno es una buena noticia. Las facciones y partidos con vocación de oposición -tanto en derechas como en izquierdas- levantarán las más intensas críticas. Hay que seguir adelante sin buscar la “bala de plata”. Como muestra el mundo, la política de hoy tiende a dispersar y eso es un severo peligro para la gobernabilidad. En momentos en que la legitimidad de la democracia se funda crecientemente en la eficacia, promover diversas reglas que hagan más probable un gobierno eficaz es una exigencia.
Por Sebastián Soto V., Derecho UC – Investigador CEP.
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