Columna de Soledad Alvear: El 47° Presidente
Donald Trump será el Presidente 47 de los Estados Unidos, habiendo sido previamente el 45. Lo que en todo el mundo es un hecho difícil de digerir, parece ser menos complejo al interior del país. Por eso lo relevante es comprender qué pulsiones y razones movieron al electorado para tomar una decisión que significó, entre otras cosas, que en todos los llamados Estados “bisagra” triunfara el candidato republicano. Es decir, incluso en aquellos que la vez pasada apoyaron con algún grado de decisión al Presidente Biden, en esta oportunidad fueron esquivos a la dupla Harris-Walz. Además, existe otro componente que la hace más dura como derrota. En muchos de estos Estados hubo una importante cuota de voto cruzado, pues para elecciones de gobernadores o al Congreso votaron masivamente por la candidata demócrata y al mismo tiempo por Trump para la Casa Blanca.
Los demócratas tuvieron su peor desempeño en sectores que tradicionalmente le fueron propios. Sectores de católicos, latinos y hombres afroamericanos hasta la mediana edad. Ni hablar el desastre electoral que representa la pobre votación en sectores de la generación Z, la que hoy esta saliendo de la universidad o aún en ella. A todo lo anterior, se debe sumar un voto secreto y reprimido en sectores suburbanos que prometían votar por los demócratas, pero que no lo hicieron. A su vez, si queremos involucrar algunos de los temas más álgidos del momento, los árabes norteamericanos se volcaron masivamente a votar por Trump (sobre todo en Estados bisagra como Michigan), mientras que casi el 80% del electorado judío votó por Kamala Harris. Todo este escenario demuestra que no todos los estereotipos que se tenían de este proceso en el exterior tienen correlato con la realidad interna.
Lo cierto es que Kamala Harris levantó una campaña formidable en muy poco tiempo. Es considerada una de las gestiones electorales más eficientes y profesionales de la historia. Sin embargo, en tan poco tiempo era imposible dar vuelta una sensación que venía arrastrándose desde hace meses. La economía tiene mucho que ver en el resultado. Sin duda la gestión del Presidente Joe Biden pasará a la historia como de gran eficiencia en el manejo de la política fiscal, sacar a Estados Unidos de la crisis del Covid, mejorar como nunca los indicadores de empleo y poner de pie al país.
Sin embargo, su talón de Aquiles fue la inflación. Esta tiene un acumulado de 21% durante el total de su mandato. Muchos, con razón, pueden culpar a la herencia del primer gobierno de Trump. Lo cierto es que no pudo dar vuelta ese problema hasta el final de su período. A lo anterior se debe sumar cierto hastío de la agenda valórica a la que tanto tiempo dedicó la campaña demócrata. Los norteamericanos siguen siendo liberales en materia de aborto. La prueba está en que los referéndums estatales para reducir o prohibir esta práctica fracasaron en todos lados (independiente de mi postura personal en el tema, este es un hecho). Tampoco el electorado está en contra del ejercicio de derechos por parte de la comunidad LGBTQI+. Sin embargo, hacerlo un eje de campaña tampoco fue una buena idea.
En materia internacional, lo que se viene es muy parecido a lo que el profesor de Harvard Robert Putnam señaló en un artículo hace 35 años, cuando sostenía que existe un juego de doble nivel. Por un lado, un discurso interno más duro y destemplado, mientras que en el orden exterior se mantienen las reglas, los acuerdos y la responsabilidad internacional. Hay que prepararse para incendiarios discursos sobre aranceles, deportaciones y todo tipo de extremismos populistas. La realidad será más templada y menos cambios ocurrirán de lo que promete. El electorado norteamericano lo tiene más claro de lo que parece. Trump no es un líder positivo para nada. Sin embargo, tampoco es necesario el catastrofismo porque el mundo seguirá su curso. Ya ocurrió muchas veces en la historia y esta no será la excepción.
Por Soledad Alvear, abogada