Columna de Soledad Alvear: Marco Rubio en Centroamérica
Hace más de cien años que un secretario de Estado de Estados Unidos recién asumido no iniciaba una gira por América Latina como lo acaba de hace el exsenador Marco Rubio. El hecho es inédito, pero el contexto también: un Presidente que ha escalado sus pretensiones respecto a lo que espera del continente y su relación con Estados Unidos, superando a ratos, en retórica e inflexión, a sus propios voceros.
Y ahí está el primer desafío del recién estrenado secretario de Estado: dejar en claro que la agenda que se conversa y empeña representa los anhelos de toda una administración, sin correcciones de guion o puntos de “diplomacia de Twitter” que lo desmientan o contradigan en tono y acuerdos.
Partimos por Panamá y la polémica en torno a su canal, cuestión que se tomó la agenda nuevamente, siendo quizás el punto más controvertido a aclarar al Presidente Trump que China no tiene una injerencia en la administración de la vía interoceánica, considerando la presencia de capitales de ese país en puertos de salida del canal, además de otras inversiones asociadas a proyectos de infraestructura pública en el país del istmo como ocurre con otras naciones de vocación logística y portuaria, y que han desarrollado capacidades en torno a esa industria.
Así las cosas, la discusión se instaló un paso más allá del argumento de la intangibilidad de los Tratados Torrijos Carter y se extendió a los alcances técnicos y comerciales, donde el emplazamiento ha sido la incidencia china en el canal y, en definitiva, qué significa tener injerencia, presencia o control en esas aguas y si aquello representa un riesgo para la neutralidad del canal y sus usuarios.
¿Cuál debiera ser entonces una posible salida para una controversia que ha escalado a esos límites? Pues claramente la salida diplomática, construyendo un razonamiento que vaya más allá de la cuestión soberana, asunto que, por obvio, no puede ser parte de la ecuación hoy en juego en esta discusión, ya que admitir aquello sería poner sobre la mesa un elemento indiscutible: la soberanía panameña en el canal y zonas adyacentes.
En conclusión, el camino más bien se despeja al construir argumentos a partir de la experiencia latinoamericana de los usuarios, en una lógica de autonomía estratégica respecto a las grandes potencias, siendo indispensable considerar el impacto de usuarios como Chile y otros países latinoamericanos en el valor de la ruta y en el efecto que las pretensiones de control podrían tener para el equilibrio y la neutralidad del comercio marítimo internacional, alejando la polémica del centro de la disputa geopolítica y soberana, como hemos dicho, y radicándola en el valor del canal para el comercio internacional y la certeza de sus rutas.
Cuando soplan vientos de personalismo y voluntarismo en tantos lados, es indispensable volver al argumento colectivo y a la causa regional, fijando ciertos bordes para una discusión que distinga las relaciones diplomáticas de la presencia comercial, acudiendo a la diplomacia, el multilateralismo (Panamá es hoy miembro no permanente del Consejo de Seguridad) y a un debate razonado de la industria, sus usuarios y, por qué no decirlo, de aquellos viejos principios sobre los cuales se ha cimentado el mercado global, como lo es la previsibilidad y un comercio marítimo sin restricciones. Estemos confiados en que la diplomacia norteamericana sabrá honrar este proceder.
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