Columna de Soledad Alvear: Nadie lo vio venir
Todo el mundo está impresionado con la caída del régimen sirio, que acumuló 53 años de atrocidades y tormentos a su pueblo. La lista de fechorías incluyó el uso de armamento químico contra niños y ancianos, además de cárceles donde se perdían para siempre los opositores políticos. Miles de autos con sirios en el exilio enfilan hacia Damasco, pues sienten su país liberado. Sin embargo, existe poca claridad de todas las facciones que participaron en derrocar al dictador Bashar al-Assad. La lista va desde grupos descolgados de los terroristas de ISIS hasta otros más cercanos a Occidente. Por lo tanto, existe una expectativa para ver cómo se desarrollarán los hechos en las semanas que vienen.
Estados Unidos y las demás potencias europeas tienen experiencia en financiar grupos que a primera vista se ven razonables puesto que luchan contra fuerzas aún más oscuras. El problema es que llegado el momento también se transforman en enemigos. El caso más concreto es Osama Bin Laden, quien en su lucha contra los comunistas en Afganistán recibió todo tipo de apoyo, hasta convertirse en la pesadilla que resultó años después.
Esta es una sola guerra en Oriente Medio y en Ucrania. Los movimientos en Siria afectan a Rusia, la que hasta sólo algunos días tenía en Alepo su base militar más grande fuera del territorio nacional. El régimen de Irán también se ve afectado con los eventos en Siria, temiendo perder espacio, y justo en momentos que sus protegidos de Hezbolá están muy diezmados en Líbano. Se cree que detrás de las fuerzas rebeldes sirias está la mano de Turquía. Dicho país es un miembro de la Organización del Atlántico Norte (OTAN), pero mantiene una posición muy distante del resto frente al problema ucraniano. Además, se manifiesta muy fuertemente en contra de Israel y no tiene una gran cercanía con la Unión Europea. Es decir, existe una colisión de intereses cruzados que no permiten sacar conclusiones de buenas a primeras.
Esta es una crisis que se puede escapar de las manos y meter en aún más problemas a todos los actores centrales, incluyendo a Estados Unidos y Europa. Más directamente en la región, también afecta a la propia Turquía e Israel. El problema es que pilla al mundo en un momento de cambio y en donde las grandes potencias están débiles en maniobra y capacidad decisoria. El caso más evidente es el gobierno del Presidente Joe Biden, al cual solamente le queda un poco más de un mes en el poder. Mientras tanto el Presidente electo, Donald Trump, está también ajustando las piezas de su propio equipo. Hasta ahora, lo que saldría de la nueva administración es no meterse en exceso. Sin embargo, debe proteger a Israel, lograr la paz en Ucrania y controlar al régimen de Putin en Rusia. Lo anterior exige que no se desentienda de este conflicto. También la propia debilidad iraní requiere que esté presente.
Por su parte, Europa también está debilitada. El Canciller Olaf Scholz en Alemania enfrentará pronto un voto de no confianza. En Francia, el Presidente Macron acaba de sufrir una derrota dolorosa en la Asamblea Nacional y perder a su primer ministro. Los laboristas británicos no terminan por asentar su poder e imponer su programa de gobierno, tras más de una década de conservadores en el poder. En resumen, todos los actores políticos de peso enfrentan momentos complicados que los somete al frente interno. Quizás solo el tema migratorio los devuelve a la escena global.
Es quizás por eso mismo que los acontecimientos en Damasco pueden ser tan definitorios. Puede que sea, al igual que con el asesinato del archiduque Francisco Fernando en 1914, una coyuntura crítica que cambie la historia. Solamente que ahora es la del siglo XXI. Los grandes cambios surgen normalmente desde la sorpresa y cuando todos los actores están débiles. No es ni bueno ni malo en sí mismo. En el siglo XX fue la trágica Primera Guerra Mundial la que marcó su verdadero inicio internacional. Puede que en el actual siglo sea para mejor si los actores logran articular acuerdos y paz. Nadie vio venir lo que pasa en Siria. Tal vez por eso es tan importante. Incluso cuando hay poco espacio para el optimismo.
Por Soledad Alvear, abogada