Columna de Sylvia Eyzaguirre: ¿Cómo cuidamos nuestra democracia?

CONSEJO CONSTITUCIONAL EX CONGRESO
FOTO: MARIO TELLEZ / LA TERCERA


El Democracy Report 2023 revela que en el mundo hay más dictaduras que democracias. Actualmente, el 72 por ciento de la población mundial vive en autocracias. La libertad de expresión se ha deteriorado en 35 países, la censura gubernamental a los medios de comunicación ha aumentado en 47 países, la represión a las organizaciones de la sociedad civil ha empeorado en 37 países y la calidad de las elecciones en 30 países.

La democracia parece ser una excepción que gozan pocos países y su fragilidad es un llamado de alerta. A 50 años del Golpe militar, el oficialismo y la oposición, cada uno por su lado, hacen un llamado a cuidar la democracia. Sin embargo, estos llamados constituyen en sí mismos una contradicción performativa. El hecho de que la clase política no se haya podido poner de acuerdo para suscribir una única declaración en defensa de la democracia y los derechos humanos atenta precisamente contra aquello que pretenden cuidar.

Permítanme ser escéptica de estos grandes acuerdos. La historia no se cansa de enseñarnos que los discursos no bastan, se requiere mucho más. En primer lugar, para cuidar la democracia debemos cuidar la amistad cívica, que se basa en el respeto y la reciprocidad. Las descalificaciones que cunden en la Cámara Baja, la superioridad moral de la cual ha hecho gala el Frente Amplio, el afán por dividir a la población entre buenos y malos en función de sus ideas, solo debilitan nuestra convivencia democrática. Si de verdad deseamos cuidar la democracia, entonces partamos por cuidar el lenguaje, la forma en que nos tratamos, el respeto que nos debemos unos a otros.

En segundo lugar, para cuidar la democracia debemos anteponer el diálogo y la razón por sobre la violencia. La democracia es una forma de organización política que busca resolver las diferencias a través de la deliberación y el voto, renunciando a la violencia como medio de acción política. Sin embargo, hemos presenciado con el devenir del tiempo cómo se ha debilitado nuestra capacidad deliberativa. Es más, fuimos testigos hace solo cuatro años de cómo la centroizquierda y la izquierda calló o de frentón avaló la violencia callejera durante el Estallido Social. No es posible cuidar la democracia, si avalamos la violencia que nos conviene. No son creíbles estas declaraciones pro democracia si quienes las realizan todavía avalan la dictadura de Augusto Pinochet o la de Fidel Castro.

En tercer lugar, para cuidar la democracia debemos asegurarnos que el Estado haga bien su pega. Actualmente, las principales amenazas a la democracia en la región son la corrupción, el narcotráfico y la delincuencia. Cuando el Estado deja de proteger a los ciudadanos, cuando no entrega los servicios que la ciudadanía requiere, cuando se convierte en una caja pagadora de favores políticos, entonces se minan las bases institucionales de la democracia, dando pie a alternativas populistas o autoritarias. Si de verdad queremos proteger nuestra democracia, entonces nuestros gobernantes actuales y futuros deben comprometerse a modernizar el Estado para que cumpla con su misión, terminar con las contrataciones masivas de parientes, amigos y correligionarios, y combatir la corrupción.

En cuarto lugar, para cuidar la democracia debemos ser inquisidores de nuestra historia. Debemos darnos el trabajo de revisar la historia una y otra vez, ser valientes en preguntar hasta lo incorrecto para comprender a fondo cuáles son los factores que propician la democracia y cuáles atentan contra ella; solo así estaremos mejor preparados para defenderla. Porque la democracia no depende del “buenismo” ni el autoritarismo del “malismo” de las personas. Porque comprender la historia no es igual a justificarla. Porque las democracias no mueren de forma espontánea. Porque cuidar la democracia no es algo que se entrega al destino, sino una responsabilidad diaria de todos. Hoy más que discursos grandilocuentes, necesitamos acciones en estas cuatro dimensiones.

Por Sylvia Eyzaguirre, investigadora CEP

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