Columna de Sylvia Eyzaguirre: Democracia ad hoc
¿Existe democracia sin partidos políticos? Desde el origen de las democracias modernas, los partidos políticos han jugado un papel clave. En las democracias representativas, ellos actúan de intermediarios entre los ciudadanos y el gobierno, articulando y coordinando los intereses, valores y preferencias de diferentes sectores de la sociedad. ¿Pero qué ocurre cuando estos dejan de representar a los ciudadanos?
El debilitamiento de los partidos políticos es un fenómeno global, pero en Chile es particularmente dramático. Mientras en 1994 el 70% se identificaba con algún partido político, en 2023 solo se identifica el 32%. Este fenómeno no se debe a la falta de oferta de partidos, de hecho se da precisamente en un escenario de proliferación. Mientras en 1994 la Cámara estaba compuesta con representantes de 8 partidos, en 2024 la componen representantes de 18 partidos y siete independientes. Este aumento de la oferta no ha logrado cautivar a la ciudadanía. Por el contrario, esta fragmentación ha debilitado el vínculo de la ciudadanía con los partidos, dejándolos reducidos a grupos o sectas identitarias. Actualmente, los partidos políticos son la institución con la menor confianza ciudadana; solo el 3% dice tener mucha o bastante confianza en ellos; le sigue el Congreso con 8%.
Uno de los principales desafíos que enfrentan las democracias es cómo representar los intereses ciudadanos y todavía no se ve una solución que excluya a los partidos políticos. De ahí la necesidad crítica de perfeccionar nuestro sistema político, de manera de generar los incentivos adecuados para el buen funcionamiento de los partidos. Pero cuando atendemos al debate político surge la pregunta si la crisis de los partidos se debe únicamente a reglas del juego mal diseñadas o a una profunda crisis de las ideologías. Tomemos como ejemplo lo que pasó esta semana en materia de participación electoral. Mientras históricamente la derecha ha defendido el voto voluntario, entendiéndolo como un derecho, pero no como un deber, la izquierda ha sido, en general, la que ha defendido el voto obligatorio. El argumento principal de la izquierda no ha sido tanto la responsabilidad cívica, sino sobre todo un tema de justicia social. En un escenario de voto voluntario, las personas menos informadas y más vulnerables votan menos, mientras que las personas con mayor capital cultural votan más, teniendo entonces estas últimas un mayor peso democrático que las primeras. Más allá de estos argumentos y más allá de lo legítimo que puede ser volver a reponer la discusión sobre el voto voluntario, resulta sumamente desconcertante que sea precisamente la izquierda la que pretenda burlar el voto obligatorio a través de una artimaña; pues todos sabemos que cuando una obligación o prohibición no lleva castigo queda en letra muerta. Entonces, ¿en qué quedamos? El voto obligatorio, en palabras de Gonzalo Winter, ¿es antipobre? Como simple espectador, es natural preguntarse si estas personas tienen en verdad convicciones democráticas o si sus posturas son oportunistas y responden a la coyuntura.
Pasa exactamente lo mismo con los diputados Cicardini, Manouchehri y Melo, supuestamente socialistas, que presentaron un proyecto de ley para suprimir el derecho a voto de los extranjeros avecindados en Chile en las elecciones parlamentarias y presidenciales. A nivel internacional, suelen ser los partidos conservadores o de ultraderecha con tinte nacionalista los que consideran que los extranjeros no debieran tener derecho a voto. Por lo general, posturas liberales y socialdemócratas defienden exactamente lo contrario. La tendencia política de los extranjeros debiera ser indiferente a la hora de pensar en sus derechos humanos, políticos y sociales.
¿Qué defiende hoy la izquierda? ¿Cuál es el proyecto político de la derecha? La ausencia de agenda política, de proyecto país, la ausencia de liderazgo nos tiene confundidos y mareados; escenario ideal para encantadores de serpientes.
Por Sylvia Eyzaguirre, investigadora CEP
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