Columna de Sylvia Eyzaguirre: Despedida a un estadista
La muerte del ex Presidente Sebastián Piñera nos tiene consternados y con el alma en pena. Su figura no dejó de ser controversial, tal vez por ese humor tan particular suyo, por su espontaneidad o su incomodidad con las formas; también por su profundo compromiso con la democracia que sacó más de una roncha en la derecha y sobre todo en la izquierda. Hoy solo hay palabras de reconocimiento, pero no dejo de pensar en lo tarde que llegaron.
En estos días la pregunta por su principal legado es recurrente. Algunos resaltan su compromiso inquebrantable con la democracia. Fue opositor a la dictadura de Pinochet, trabajó por el retorno a la democracia y no titubeó para condenar las dictaduras y las violaciones a los derechos humanos aquí y en la quebrada del ají. En el momento más crítico de su segundo gobierno el Presidente, comprendiendo correctamente el delgado suelo sobre el que se sostenía el pacto democrático, optó por una salida democrática al conflicto, prescindiendo del uso de la fuerza, hecho que le valió sendas críticas de su sector. La miopía de quienes critican hasta el día de hoy dicha decisión radica en no entender que las leyes y la propia Constitución descansan sobre un acuerdo social tácito; de poco o nada sirve la legitimidad legal si se carece de legitimidad social. En esos duros momentos pudimos ver algunas de sus cualidades más notables, su estoicismo, su fortaleza, su convicción y liderazgo.
Otros consideran que su principal legado está en su trabajo. Con una inteligencia descollante y una energía inagotable jineteaba a sus ministros para sacar adelante políticas públicas que le cambiaron la vida a los chilenos. Su gestión extraordinaria la vimos en su máxima expresión para la reconstrucción después del terremoto del 27/F y su manejo de la pandemia durante su segundo gobierno. Aún no olvido su enorme preocupación por recuperar lo antes posible las escuelas después del terremoto, porque sabía el daño que produce la inasistencia escolar. Junto con la excepcional gestión del Estado, durante sus gobiernos se avanzó en múltiples frentes, pero las políticas más simbólicas son el ingreso ético familiar, la extensión del postnatal maternal, el matrimonio igualitario, el reemplazo del Sename por el nuevo Servicio Nacional de Menores y la Pensión Garantizada Universal, además de la creación e implementación de los ministerios de Medio Ambiente, Cultura y Ciencia. Con frustración intentó avanzar hacia un sistema de salud solidario con un plan universal de salud con múltiples seguros, que hubiese evitado la encrucijada en que nos hallamos hoy en día, así como en reformas al sistema de pensiones, las que todavía seguimos discutiendo.
Sin embargo, para los momentos que vivimos considero que su principal legado es su genuina disposición a colaborar siempre, con todos los gobiernos, sin cálculos mezquinos, anteponiendo el interés del país. Esa nobleza, que va más allá de la amistad cívica, propia de un estadista, persistió aun cuando él ni su gobierno gozaron de reciprocidad. Ese espíritu republicano lo llevó a desearle de verdad la mejor de las suertes al Presidente Boric y ante la tragedia que han causado los incendios en la Región de Valparaíso no titubeó un segundo en ofrecer toda la ayuda posible, de forma desinteresada, al actual gobierno; gobierno cuyos miembros (no todos) fueron enemigos implacables de su gobierno, con conductas muy lejos de ser republicanas. Probablemente las duras lecciones que le proporcionó la presidencia hicieron de él una persona más empática con quienes gobiernan y sensible al dolor de los chilenos. Más que nunca Chile, pero sobre todo su clase política, necesita recuperar la amistad cívica, recuperar el ánimo de colaboración que inculcó Piñera con el ejemplo, buscar sin descanso acuerdos que permitan al país avanzar en mayor bienestar. Hoy despedimos a un gran estadista, ojalá él hubiera visto el cariño de la gente; esperemos que esta pérdida no sea en vano.
Por Sylvia Eyzaguirre, investigadora CEP
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