Columna de Sylvia Eyzaguirre: La importancia del ocio

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¿Cuánto tiempo destinamos al ocio? Tengo la impresión de que cada vez menos. A medida que acumulamos años, asumimos más tareas, responsabilidades y compromisos, quedando menos tiempo disponible para asuntos que no reportan un beneficio directo. Si antes el fin de semana comenzaba el viernes después de almuerzo, hoy parece que este recién comienza el sábado en la tarde. Pero la pausa que nos ofrecen las vacaciones de verano pueden ser un buen momento para disfrutar de ese otro tiempo, un tiempo con otra estructura y ritmo, un tiempo que nos permite abocarnos a tareas inútiles, como la filosofía o la literatura, la mera observación, un tiempo para saciar nuestra curiosidad.

La palabra ocio proviene del latín otium y significaba tiempo libre, tiempo de oír, de aprender, quietud, alejado de problemas. Su opuesto es negotium, es decir, trabajo, ocupación, deber, actividad. La quietud y calma, incluso el aburrimiento, que experimentamos durante el ocio nos permite entrar en un estado anímico que nos predispone a mirar el mundo de forma distinta. En el ocio se manifiestan los objetos cotidianos, esos que en nuestra vida cotidiana pasamos por alto, y si nos detenemos el tiempo suficiente nos embargará la sorpresa, la admiración, que despierta la curiosidad y la búsqueda por la verdad, por el conocimiento. Como dice Aristóteles en el libro primero de la Metafísica, el saber que se busca movido por la admiración es uno que no es servil a utilidad alguna, sino que tiene su fin en sí mismo. Hay una cierta incomodidad en el ocio, el mundo parece estar más presente, reverberante, incluso extraño, y ello nos llama a examinarlo o a huir de él. De ahí que el ocio también nos puede llevar al hastío y en el afán de escapar de él podemos caer fácilmente en distracciones enajenantes, como ver matinales, vivir en Instagram, Twitter, Facebook, jugar videojuegos o sacar solitario. ¿Pero qué tienen de diferente la primera y la segunda forma de vivir el ocio? ¿No son dos formas inútiles de matar el tiempo? ¿Qué valor tiene buscarle la quinta pata al gato?

La diferencia entre ambas es sideral. Mientras en la huida del hastío efectivamente buscamos matar el tiempo, acortarlo, llenándolo de barullo a tal punto de volvernos sordos, permanecer en la quietud del ocio nos ofrece la peculiar posibilidad de experimentar nuestra propia existencia, es decir, tomar consciencia de nuestra propia vida, extrañarse de ese fenómeno tan improbable y con ello escudriñar su sentido. El ocio nos da la posibilidad de hacernos cargo de la finitud de nuestra vida y con ello hacer frente al abismo de la libertad y del mundo que nos rodea.

Actualmente, vivimos bajo la dictadura de la utilidad. El tiempo de descanso o la mera entretención son concebidos bajo el paradigma utilitario, se justifican por sus “externalidades positivas”, como si el placer por el mero placer fuera algo perverso. Pero, finalmente ¿utilidad para qué? La utilidad parece tener su tope en el bienestar individual o social, pero ¿es la vida misma útil? ¿útil para qué? El paradigma utilitario se muestra inadecuado para pensar la existencia. Por el contrario, ¿qué sentido tendría una vida que no es vivida de forma consciente?

Pensar en la importancia del ocio puede parecer una frivolidad cuando atendemos a los desastres que nos rodean. Chile arde. Nuestros bosques se queman, poblados enteros desaparecen entre las llamas. Las imágenes del terremoto en Turquía son desoladoras, así como también las de la guerra entre Ucrania y Rusia. Pero precisamente, para encontrar un sentido en medio de este desastre, resulta fundamental volver a recuperar el ocio.

Por Sylvia Eyzaguirre, investigadora CEP

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