Columna de Sylvia Eyzaguirre: Política y deporte
El jueves fui con mi hija de 8 años al Estadio Nacional a ver la final femenina de atletismo. Tomamos la línea 6 de Metro, que nos dejó deslumbradas por su limpieza, modernidad y seguridad. Caminamos entre miles de personas que se dirigían al estadio y, a pesar de la multitud, la entrada fue expedita, sin empujones ni alguien tratando de saltarse la fila. Al interior del recinto, todo estaba muy bien señalizado y múltiples voluntarios atendían amablemente las dudas de los visitantes. La entrada a las galerías fue también amable, lo que se agradece, especialmente cuando se asiste con niños pequeños. Logramos sentarnos en la tercera fila. Me llamó la atención la cantidad de niños que había; personas de todas las edades y clases sociales poblaban el Estadio Nacional para ver correr a los atletas. Vimos la semifinal de la posta femenina y masculina, la final de los 5.000 metros femeninos y la final de la posta femenina. Entre medio de las carreras, le entregaron la medalla de oro a Martina Weil. Ante la irrupción del himno nacional, el estadio completo se puso de pie, todos cantaron con genuino orgullo y continuaron haciéndolo una vez que la grabación se terminó. Un aplauso furioso para finalizar el acto y un “Viva Chile” a todo pulmón.
Se nos olvida que este es el verdadero Chile: millones de personas, simples ciudadanos, que se levantan todos los días a trabajar, a llevar a sus hijos a la escuela, que se esfuerzan por darle la mejor vida posible a sus familias, que inculcan el respeto, el esfuerzo, la perseverancia. Pero este Chile se encuentra abandonado por la política. Al ciudadano de a pie no le interesa si la educación se financia con vouchers o con aportes basales, asunto al que se encuentran abocados nuestros políticos. Lo que les interesa es que las escuelas estén abiertas, que sean lugares seguros y sus hijos puedan desarrollar sus talentos y adquirir los conocimientos necesarios para desempeñarse en el siglo XXI, tarea que han desatendido tanto la derecha como la izquierda.
A estas personas tampoco les es vital si existe un seguro único de salud o múltiples seguros; lo que más les importa es que los atiendan amable y oportunamente, algo en lo que tampoco ha logrado avanzar ningún gobierno, mientras el Congreso lleva más de diez años discutiendo una reforma al sistema de salud. ¡Cómo es posible que a estas alturas del siglo XXI las personas tengan que ir de forma presencial al hospital para pedir una hora con un especialista! ¡Cómo es posible que en Chile mueran cerca de 40 mil personas al año en listas de espera de cirugías y no sea un escándalo nacional!
En materia de pensiones pasa exactamente lo mismo. Nuestros políticos llevan más de diez años discutiendo una ley sin lograr ponerse de acuerdo, mientras la clase media debe seguir lidiando con pensiones que no alcanzan para vivir los últimos años, los más difíciles, de forma digna. Educación, salud, pensiones, seguridad, son preocupaciones transversales de la población a las que la política no ha sabido dar respuesta.
¿Por qué este divorcio tan grande entre los políticos y los ciudadanos? Me temo que la respuesta se encuentra al interior de los partidos, que se encuentran absolutamente capturados por sus bases, un grupo minúsculo altamente ideológico, cuyo interés no conversa con los intereses de los electores. Existe una disociación abismal entre la ideología fundamentalista de los militantes de los partidos y la desafección ideológica de la ciudadanía.
Otro problema que tiene podrida a la política es la lógica interna de los partidos. Estos han ido perdiendo su fin último y se han ido convirtiendo en bolsas de trabajo para sus militantes, que por lo general son personas especialmente poco talentosas para el trabajo. Los partidos están capturados por los intereses espurios de sus bases; se han convertido en un mero instrumento para hacerse del poder y de los recursos de todos los chilenos, dándole la espalda a la ciudadanía. Este comportamiento ha hecho que se haya perdido la confianza en las principales instituciones políticas, y me temo que si esto continúa, se terminará por minar también la confianza en la democracia representativa.
Por Sylvia Eyzaguirre, investigadora CEP