Columna de Sylvia Eyzaguirre: Prudencia
En momentos de turbulencia, que grandes consejeros se vuelven los filósofos antiguos. En la Ética a Nicómaco Aristóteles analiza las virtudes, cuyo cultivo son el camino para alcanzar la felicidad (eudaimonía). Entre estas, la prudencia (phrónesis) es a la que él otorga mayor valor, pues implica el cultivo de todas las demás virtudes. La prudencia está en directa relación con la racionalidad práctica, es decir, con la racionalidad que aplicamos a la hora de actuar; por esta razón se la considera la virtud fundamental a la hora de gobernar.
En estos días, a propósito del caso Monsalve, prudencia es lo que ha faltado, tanto en el gobierno como en la oposición. Más allá de la culpabilidad o no del subsecretario Monsalve sobre la acusación de violación, que es materia de la justicia, no cabe duda que cometió una imprudencia al haber invitado a salir a una subalterna, tomar en exceso hasta perder el conocimiento, faltar a los compromisos laborales y haber usufructuado de su posición para obtener antecedentes de lo sucedido esa noche. A la justicia le corresponderá determinar si, además de imprudente, es culpable de los cargos que se lo acusan.
Imprudente fue también el Presidente de la República, al no destituir inmediatamente al subsecretario Manuel Monsalve una vez que se le comunica que existe una demanda por violación en su contra. Nuevamente, más allá de la gravedad de la acusación y de su eventual inocencia, el hecho de que el acusado tenga una relación jerárquica con las instituciones que deben llevar adelante la investigación hacen imposible su permanencia en el cargo. La prudencia en este caso aconseja sin titubeos la destitución inmediata. El silencio de la vocera de gobierno y la ministra Orellana en los primeros días, y luego la falta de coordinación en las vocerías habla de una falta de prudencia en el manejo de la situación. Dilatar la salida del subsecretario le infligió un daño al gobierno, pero las imprudencias cometidas posteriormente, como esa confusa conferencia de prensa del Presidente, le infligieron un daño a la institucionalidad que él momentáneamente representa.
Imprudente fue de nuevo el Presidente, cuando el 24 de octubre declaró no sólo que le creía a la víctima, sino que ese era su deber. Se equivoca rotundamente el Presidente al creer que el rol del gobernante es tomar partido en este asunto, pues olvida que al creerle a la demandante inmediatamente condena al acusado, violando así derechos fundamentales como la presunción de inocencia y el derecho a un juicio justo. Gabriel Boric, en su foro interno, puede creerle a quien quiera, pero el deber del Presidente de la República es suspender su juicio, abrazar por difícil que sea la duda metodológica, y asegurar que las policías hagan su trabajo y la justicia determine en función de las evidencias y no de trascendidos o filtraciones la culpabilidad o inocencia del acusado.
Imprudente también está siendo la oposición al amenazar con una acusación constitucional a la ministra Tohá, probablemente la única que ha actuado con más prudencia. Evidentemente la gravedad del caso amerita que convoque a la ministra el Congreso para conocer en profundidad la situación y la secuencia de los hechos, pero la prudencia indica que debiera ser en este caso la justicia quien determine si el proceder de la ministra o de otras autoridades se ajusta a derecho.
Finalmente, también nosotros, los espectadores, hemos caído en la trampa de la soberbia, que nos lleva a prejuzgar tajantemente a los involucrados en base a trascendidos de los cuales no tenemos certezas. Qué tentadora es la guillotina, cuando no es la cabeza de uno la que está en juego, y que aburrida parece la prudencia.
Por Sylvia Eyzaguirre, investigadora CEP
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