Columna de Teodoro Ribera: Después de Venezuela, ¿Bolivia?



Una crisis severa y multisistémica atraviesa Bolivia, cuya economía acusa una pronunciada caída de sus exportaciones, el desplome de su producción de hidrocarburos y agudos desequilibrios fiscales. Este cuadro se ve además agravado por las profundas divisiones en el oficialismo y la ausencia de liderazgos en la oposición, esto último como resultado de la colonización de la justicia y sus instituciones por el régimen, incapaces de evitar la persecución y el acallamiento de líderes opositores. Finalmente, existe una soterrada, pero persistente coerción al oriente boliviano, el único gran motor que le quedaba a su economía, lo que ahuyenta el emprendimiento en una región que no comulga con un gobierno con sesgos autoritarios.

La vara mágica del progreso económico boliviano -el superciclo de las materias primas que disparó 15 años atrás el precio del gas-, que catapultó el liderazgo de Evo Morales y luego de Luis Arce al poder, se ha disuelto bajo el manto del populismo, el irrespeto al Estado de Derecho y la corrupción, derivando en una situación social que se ha agravado y amenaza transformar a Chile en una válvula de ajuste de la calamidad política de ese país.

El contexto internacional en el que navega la política internacional del régimen de Arce se ha vuelto también borroso, por su apoyo a Maduro, la opacidad de los acuerdos con Irán y los negocios petroleros cerrados con Rusia. Como una variable más de esta ecuación, el Presidente Arce sustenta su precaria estabilidad en las divisas obtenidas en la economía informal (e ilegal), lo cual alienta un cuadro en extremo preocupante. El gobierno de La Paz no sólo se aleja cada vez más del progreso, la democracia y el respeto a los DD.HH., sino que en su agobio ha abierto las puertas para que transite a convertirse en un “ecosistema de la ilicitud”.

Ante ello, Chile no puede seguir simulando normalidad donde no la hay, relacionándose y buscando acuerdos con un régimen (Arce) que persigue a opositores, encarcela o exilia de facto a otros, tolera el narcotráfico, el contrabando, y la migración irregular hacia nuestro país, bajo un modelo que compromete la paz, la seguridad y el bienestar de nuestros habitantes. La apertura de los pasos fronterizos con Bolivia las 24 horas a partir de mayo pasado no sólo retrata una desorientación estratégica que nuestra política exterior debiese corregir, sino que es una medida inconducente al no ser correspondido por Bolivia en la protección y control de las fronteras.

A Chile le interesa relacionarse con una Bolivia democrática, estable y en crecimiento. El deterioro del Estado de Derecho y de la economía en Bolivia amenaza nuestra propia seguridad interna, pues facilita el descontrol, el descontento popular, el crecimiento de crimen transnacional y la emigración irregular.

Por Teodoro Ribera, rector U. Autónoma de Chile y ex ministro de Relaciones Exteriores

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