Columna de Tomás Casanegra: “Mejorar, no cambiar”
"La realidad, a través de su instrumento que es el tiempo, consiguió lo que parecía imposible, que tanto los mesiánicos, como quienes votaron por ellos, se den cuenta que la vida no es para cambiarla, es “simplemente” para mejorarla: quedarse con lo bueno e incorporar sólo lo que la mejora".
A un joven Bezos le preguntaron en los 90, ¿cómo su naciente empresa, Amazon, puede saber y apostar a lo que va a cambiar en 30 años más? A lo que responde, no estamos apostando a lo que va a cambiar, sino a lo que creemos nunca lo hará, como el hecho de que los consumidores prefieren comprar más barato que caro y recibir el producto antes que después.
Curiosamente, quien más ha cambiado la industria del retail desde Sam Walton, es alguien que no pretendía cambiarla, al menos no al estilo refundacional al que en Chile nos estábamos acostumbrando. Así es la gente sabia, observa y acepta el mundo como es, entiende que las cosas que nos han acompañado por décadas o siglos por algo siguen vigentes hoy, y por lo mismo, probablemente lo seguirán haciendo en el futuro. Y, además, estas personas evalúan críticamente sus propias competencias, y sólo a partir de ahí ven cuál es el grano de arena que pueden aportar para hacer del mundo un lugar un pelito mejor, y con ello mejorar sustancialmente su vida particular también.
Personalmente, no creo que exista nada más “mata pasiones” que escuchar a alguien que no sabe abrocharse los zapatos sentenciar que va a “cambiar Chile, o el mundo”. De tanto en tanto uno escucha eso en el mundo emprendedor, ante lo cual dar la media vuelta es la decisión sensata. Más triste, sin embargo, es cuando uno lo escucha en el mundo político donde la posibilidad de dar la media vuelta se nos hace más difícil. “Si Chile fue la cuna del neoliberalismo en Latinoamérica, también será su tumba”, sentenció nuestro actual Presidente cuando era candidato, y para qué decir el sinnúmero de sentencias de la anterior Asamblea Constituyente que iban a terminar con el Chile que conocíamos hasta ese momento, y cuya propuesta, totalmente apoyada por el gobierno, felizmente se rechazó.
Es que proponer cambiar o refundar una empresa ya es una tarea titánica, imagine lo que es hacerlo con un país. (Warren) Buffett dice que cuando un ejecutivo de buena reputación se hace cargo de una empresa de mala, quien mantiene la reputación es la empresa. Sin embargo, y por desgracia, es muy tentador para nuestros oídos escuchar a alguien decir: con voluntad podemos tener los trenes de Holanda, la educación de Finlandia o las pensiones de Noruega. Y nada de atractivo se hace escuchar al sabio decir: no, no podemos, aceptémoslo, y vivamos con eso.
Después del estallido, en Chile se nos juntó el hambre con las ganas de comer, y terminamos eligiendo un gobierno como el actual, y una convención como la anterior. Felizmente, no hay nada más porfiado que la realidad (es más porfiada incluso que quienes prefieren caminar con los zapatos desabrochados). La realidad, a través de su instrumento que es el tiempo, consiguió lo que parecía imposible, que tanto los mesiánicos, como quienes votaron por ellos, se den cuenta que la vida no es para cambiarla, es “simplemente” para mejorarla: quedarse con lo bueno e incorporar sólo lo que la mejora, evitando como a la plaga todo lo demás.
Si le pudiera dar un consejo a los ganadores de esta última elección de consejeros constitucionales, sería: hagan como Bezos, concéntrense y apuesten por un texto que incorpore sólo las cosas que Chile no va a querer cambiar en 30, 50 o 100 años más (más Estado de derecho que menos, más seguridad que menos, más prosperidad que menos, y algunas más). Sobre lo demás, ni se pronuncien, déjenselo a los legisladores de cada tiempo. Una Constitución minimalista, más que la actual, que deje tranquila a una gran mayoría, sería para mí un éxito.