Columna de Ximena Gauché: Cuando el verano era una siesta larga y profunda
La expresión que da título a esta columna no es mía. Es parte del libro “Madrid me mata”, de la española Elvira Sastre, que acompañó un febrero que, a diferencia de lo que solía ser, ya no es una siesta larga y profunda en Chile. Atrás quedaron los años en que todo parecía quedar en pausa hasta escuchar que marzo empezaba a llegar.
En este verano 2023, además, los incendios forestales fueron especialmente violentos y devastadores. Según el primer catastro entregado por Indap y el Ministerio de la Mujer y Equidad de Género, el 44% de las personas afectadas por los siniestros son mujeres rurales; de las cuales, 27% se declara mapuche, y tienen en promedio 57 años. Estos datos llevan a deducir que las consecuencias de la tragedia van a tener un impacto diferenciado en las mujeres. Si a esto le sumamos que la pandemia afectó mayoritariamente la participación laboral femenina y su autonomía económica, que estaban en vías, pero muy lejos de recuperarse, volveremos a marzo con una aún más profunda desigualdad estructural.
Uno de los efectos diferenciados se dará, seguramente, en el ámbito del cuidado de personas con diversos niveles de dependencia. En la actualidad, según el mismo Ministerio de la Mujer, y en base al último Censo, más del 40% de los hogares tiene a una mujer como jefa de hogar; cifras que complementa la Encuesta de Bienestar Social del Ministerio de Desarrollo Social, que indica que el 85% de quienes destinan 8 o más horas diarias al trabajo de cuidados no remunerado son mujeres. Por tanto, las mujeres afectadas por los incendios tienen ahora una carga adicional: levantarse luego de la tragedia sin dejar de cuidar.
No parece ser necesaria mayor prueba para afirmar que, pese a los avances en tantas esferas, la construcción de roles de género y expectativas derivadas de ellos colocan a las mujeres como las principales responsables de los cuidados. Las “nuevas masculinidades” no han llegado con tanta fuerza como para cambiar ese paradigma; y los avances promovidos desde los movimientos feministas y de género no han logrado con éxito una total transformación en la organización del trabajo y los cuidados.
El mundo del trabajo, en general, sigue pensado para hogares en que hay recursos económicos para delegar los cuidados en otras mujeres que, a su vez, no lo pueden hacer; y, aún en esos casos, las mujeres cargamos igual con deberes que cumplir. “Organizar, magnífico verbo para uso de mujeres”, dice Annie Ernaux al retratar esta realidad en “La mujer helada”.
La Comisión Interamericana de Mujeres puso a disposición de los países de la OEA la Ley Modelo Interamericana de Cuidados, y la OIT dedicó el 8 de marzo de 2022 a este tema. Uruguay, México y Costa Rica cuentan con sistemas de cuidados, y estándares normativos internacionales los hay en cantidad suficiente. Esto, porque el cuidado es un derecho que debe ser reconocido expresamente, y la labor de cuidar debe ser reducida y redistribuida para dejar de ser una barrera para el despliegue económico y laboral de las mujeres. Por ello, parece especialmente relevante avanzar decididamente en el incipiente sistema nacional de cuidados: resignificando, redistribuyendo y reduciendo las cargas de cuidado actuales y el uso del tiempo, aumentando y ampliando la oferta de programas estatales de cuidados.
En Chile queda mucho camino por recorrer y la catástrofe que vivimos este verano lo pondrá cuesta arriba. Las mujeres que este febrero no pudieron dormir una siesta, ahora tendrán tareas adicionales a su histórica y profunda labor de cuidar.
Por Ximena Gauché, profesora titular, Universidad de Concepción
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