Columna de Yanira Zúñiga: Apuestas constitucionales
Luego de la presentación de 900 enmiendas a las normas aprobadas en general, el ambiente en la Comisión Experta se tensionó. Los comisionados de oposición se mostraron sorprendidos y escandalizados; acusaron incumplimiento del acuerdo inicial y un intento de reintroducir temas que, en su opinión, la ciudadanía ya habría rechazado. Sus pares oficialistas desdramatizaron el uso de esta facultad recordando que ella está expresamente regulada y que es necesario confrontar los desacuerdos antes de darle forma definitiva a la propuesta. ¿Quién tiene la razón? Muchos creen que la lección que nos dejó el fracasado proceso anterior es inequívoca: hay que evitar transitar por aguas turbulentas, esas que nos desunen. Lo seguro es navegar por el centro, usar esa ruta que aplaca las ideologías, moviliza lo racional y pavimenta los acuerdos. Carlos Peña sostuvo en una columna que la sociedad chilena espera que los expertos eviten “lo refundacional” y privilegien la deliberación. Según él, las enmiendas con “tejo pasado”, presentadas por uno y otro lado, serían más parecidas a las apuestas del póker, un juego de “toma y daca”, que a una real deliberación.
En mi opinión, estas últimas perspectivas son espejismos. Nos llevan simplemente a recorrer la senda andada como si fuera un bucle. Eluden hacerse cargo del conflicto social que ha empujado este ya largo momento constituyente. En “La política y el espíritu” (1940), Eduardo Frei Montalva alertaba sobre el peligro de un centrismo entendido como inmovilismo. Esta posición decía “es indiscutiblemente increadora, y carece por esencia de toda entraña vital. Representa solo el equilibrio muerto, el punto de conjunción de todo lo más anémico y sin movimiento que tiene un organismo social”. Para que la democracia haga carne los valores de libertad e igualdad que la justifican como régimen moral y políticamente superior, debe apostar por nuevos arreglos cuya inspiración y aspiración sea corregir la desigualdad económica mediante una justicia social duradera que cree la paz. Hasta ahora, el sistema chileno no ha logrado instalar este tipo de arreglos. Tampoco otros necesarios para asegurar la justicia social. En su prólogo al libro antes citado, Gabriela Mistral reprendía amicalmente a Frei mostrándole otro arreglo social de relevancia que había omitido: la plena ciudadanía femenina. “Cuando se pretende mudar la esencia misma del Estado, habría que pensar en que decidan del destino de la chilenidad hombres y mujeres”, decía Mistral. ¿No es acaso una apuesta todavía más arriesgada intentar clausurar el debate sobre arreglos de justicia social (entre otros, Estado social, democracia paritaria, derechos de niños/as, pueblos originarios, personas con discapacidad, justicia ambiental) calificándolos de refundacionales o implicando que se encontraban contemplados en la propuesta rechazada de la Convención Constitucional. ¿No nos conduce eso al equilibrio muerto al que alude Frei Montalva?
Por Yanira Zúñiga, profesora Instituto de Derecho Público Universidad Austral de Chile
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