Columna de Yanira Zúñiga: Ciborgs

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En 1984, la bióloga, antropóloga y filósofa estadounidense, Donna Haraway, escribió su famoso ensayo “Un manifiesto para Ciborgs”. Ahí analiza el devenir de lo humano evocando una criatura cibernética, híbrido entre máquina y organismo, a medio camino entre la realidad y la ficción. Aunque Haraway ha reconocido la influencia de la ciencia-ficción en la elección de esa imagen, su provocación no era artística, sino intelectual. Dicho texto reflexiona e invita a reflexionar divergentemente sobre las interacciones entre ciencia, conocimiento, poder y sujetos. Según Haraway, las configuraciones contemporáneas del conocimiento, el poder y las tecnologías están reconfigurando a los sujetos; en lugar de disciplinarse a la soberanía humana la subyugan. Al hacerlo, desdibujan y disuelven las categorías a través de los cuales hemos pensado tradicionalmente la experiencia humana y construido políticamente la vida en sociedad. Los grandes dualismos (yo y el otro, mente y cuerpo, animal y máquina, idealismo y materialismo, naturaleza y cultura, verdad y mentira, entre otros), han sido profundamente trastocados y con ellos nuestras certezas.

Recordé el cíborg de Haraway escuchando el discurso de Jacinda Ardern, primera ministra de Nueva Zelanda, en la reciente Asamblea General de la ONU. Ardern anunció que su gobierno estaba fomentando estudios para entender cómo la experiencia de una persona en Internet es dirigida por procesos automatizados, causando desinformación y pérdida de autonomía individual y colectiva. La preocupación de Ardern por la desinformación en Internet y sus impactos se relaciona con la preservación de los ideales democráticos. “¿Cómo asegurar los derechos humanos si ellos están sujetos a una retórica y una ideología peligrosa y odiadora? Las armas pueden ser diferentes, pero los objetivos son los mismos: causar caos y reducir la capacidad de los demás de defenderse a sí mismos”, reflexionaba. Reafirmando su asertividad, Ardern conminó a los líderes mundiales a abandonar el inmovilismo (“Tenemos la oportunidad de asegurar que esas armas de guerra no se conviertan en una parte establecida de la guerra”, dijo).

Al hacerlo no minimizaba la complejidad del problema (“Entiendo el deseo de dejárselo a alguien más. Como líderes, incluso el más sutil de los acercamientos a la desinformación puede interpretarse como hostil a los principios de la libertad de expresión que tanto valoramos”, agregó.); ni adoptaba la impostura de quien dice conocer la verdad o se erige como hacedor de reglas inmunes al error. Más bien, postulaba la necesidad de responsabilizarse por algo, pese a no tener claridad sobre su solución. En ese enfoque hay también resonancias de la propuesta de Haraway. Habitar el ombligo del monstruo y encararlo consciente y responsablemente -dice la pensadora estadounidense- requiere abandonar nuestra zona de confort, sumergirse en las profundidades de lo desconocido y estar dispuesto a empantanarse antes de vislumbrar una salida.

Por Yanira Zúñiga, profesora del Instituto de Derecho Público, Universidad Austral de Chile