Columna de Yanira Zúñiga: Lecciones
Como es sabido, las recientes elecciones del Consejo Constitucional arrojaron un abrumador apoyo para el Partido Republicano, confirmando así un cambio de dirección en los vientos progresistas que hasta ahora venían empujando la discusión constituyente. Las explicaciones dadas por los comentaristas son variadas. Hay quienes han advertido que el electorado se ha vuelto muy oscilante. Otros creen que la oscilación es solo aparente. Según estos, la aguja siempre estaría movida por una fuerte desconfianza ciudadana -a estas alturas crónica- respecto de toda oferta electoral que huela a establishment. Esa desconfianza que el fin de semana favoreció a las candidaturas conservadoras contrarias al mismo proceso constituyente, antes -en la elección de la Convención Constitucional- habría favorecido a las candidaturas independientes, críticas de las prácticas partidistas. Otros, insisten que la ciudadanía ha castigado la soberbia de una izquierda maximalista y estrafalaria.
Cualquiera sea la explicación (lo más probable es que sea una mezcla), la conquista por parte de la ultraderecha de buena parte del Consejo Constitucional parece reflejar una reconquista de un poder sociocultural que muchos daban por extinguido. Previsiblemente, es una suerte de “contragolpe”, eso que la literatura especializada denomina “backlash”. Es decir, una reconquista conservadora del poder. Este fenómeno es una constante en la historia de las sociedades, pero puede tener distintos alcances e intensidades. Con todo, algunos estudios sugieren que el riesgo de “backlash” está asociado a ciertos precursores relacionados con la elección de estrategias políticas por grupos progresistas. En palabras de la cientista política feminista, Jane Mansbridge, “tratar de ir muy lejos y muy rápido” puede conllevar ese riesgo.
En un libro titulado “¿Por qué perdimos la ERA?” (Equal Rights Amendment, por su sigla en inglés), Mansbridge desarrolla esta tesis a propósito de la derrota histórica del feminismo en introducir una cláusula de igualdad de derechos entre mujeres y hombres en la Constitución de EE.UU.. Dicha enmienda, ampliamente apoyada por la ciudadanía norteamericana en los 70, perdió popularidad y fue finalmente rechazada en la década siguiente, desaprovechándose así la potencia transformativa de un inusual espacio de deliberativo. Los defensores de la ERA habrían pecado de precipitación y rigidez. Cultivaron estrategias predominantemente simbólicas y puristas desde el punto de vista ideológico. Por eso, no lograron trascender a sus círculos de pertenencia para alcanzar a la población en general. No sintonizaron con ella. En lugar de promover el cambio, produjeron el efecto contrario: terminaron por activar los medios de un amplio sector de la ciudadanía que asumió que la cláusula conduciría a cambios demasiado drásticos, no queridos aún por la gran mayoría (por ejemplo, que las mujeres se incorporaran masivamente al ejército). La derrota demostró que se puede apoyar el lenguaje abstracto de los derechos y de la igualdad; y, sin embargo, oponerse a cambios sustantivos para hacerlos efectivos.
Se trata de una paradoja, sin duda, pero más vale tomar nota de ella, sobre todo para las agendas feministas que hoy están en especial riesgo. Después de todo, como había vaticinado Beauvoir, los derechos de las mujeres nunca pueden darse por adquiridos.
Por Yanira Zúñiga, profesora Instituto de Derecho Público Universidad Austral de Chile