Columna de Yanira Zúñiga: Los derechos como ideales
En su preámbulo, la Declaración Universal de Derechos Humanos se define como un “ideal común por el que todos […] deben esforzarse, a fin de que tanto individuos como instituciones, inspirándose constantemente en ella, promuevan, mediante la enseñanza y la educación, el respeto a estos derechos y libertades”. Un ideal es una meta, un estándar que tiende a la perfección. Mientras las ideas son abstracciones, pensamientos generales, un ideal busca hacerse carne en lo singular, maximizarse en cada individuo.
Los derechos humanos son ideas e ideales, transitan entre lo general y lo individual, entre la teoría y la práctica. Si bien las y los juristas son entrenados en conceptos (representaciones mentales de esas ideas) y definiciones técnicas (estipulaciones de su significado o caracteres esenciales), toda persona, sea jurista o no, recurre a un variado espectro de concepciones o sistemas interpretativos, de origen variado, para aproximarse a los derechos.
Algunas de esas concepciones amplían y otras recortan su universalidad, es decir, nos acercan o distancian de su ideal. Pueden suministrar imágenes recortadas de sus titulares, elitizando las experiencias y necesidades dignas de ser protegidas a través de estas normas. El feminismo, entre otras teorías, ha denunciado que, en contra del ideal de universalidad de los derechos, estos son pensados y aplicados a imagen y semejanza de los hombres. Por eso, viene impulsando otra manera de concebirlos, y un nuevo set de herramientas para su protección.
Tras la reciente oleada de denuncias de violencia sexual hay quienes acusan al feminismo de debilitar las garantías institucionales, promoviendo un apego ciego a los relatos de las denunciantes y transformando a los hombres en villanos. Críticas similares resuenan en otros lugares. Aunque no conviene desoírlas completamente, algunas de ellas me parecen simplistas. Parecieran sugerir que los derechos descansan sobre una única concepción posible (no explicitada, por lo demás); o se comportan como si fueran un juego de suma cero, en donde no cabrían nuevos ideales regulativos -como la igualdad de género- sin detrimento de los clásicos (v.gr. la presunción de inocencia).
Yo entiendo el asunto de otra forma. La polémica frase, “amiga, yo te creo” (telegráfica, como todo buen lema), sintetiza lo que Miranda Fricker llama una injusticia epistémica. Es decir, un caso en que ciertas personas (a saber, las mujeres), sufren crónicamente un déficit de credibilidad debido al efecto contaminante de estereotipos (generalizaciones sobre roles o características). No creo que esto sea algo que, por incómodo o difícil de resolver, pueda ponerse bajo la alfombra. Los derechos como ideal exigen no claudicar frente a las dificultades o la envergadura de los desafíos, no trivializar su importancia y valor, sino redoblar los esfuerzos para construir conceptos e interpretaciones jurídicas que traduzcan adecuadamente aquello que hasta ahora hemos ignorado.
Por Yanira Zúñiga, profesora Instituto de Derecho Público Universidad Austral de Chile
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