Columna Max Colodro: Venezuela

Venezuelans prepare to vote in the presidential election


Hoy es el día en que una de las dictaduras más emblemáticas de América Latina se juega su destino. Encrucijada donde la revolución bolivariana se enfrenta a su hora decisiva, precisamente en el clímax de su decadencia, cuando la miseria y la opresión son los únicos rostros que puede mostrar. Un momento químicamente puro en que esa izquierda todavía anticapitalista del planeta se juega un pedazo relevante de su identidad.

A estas alturas, el régimen de Maduro, al igual que Cuba y Corea del Norte, no es más que una de las últimas esquirlas de un orden mundial ya fenecido; museo viviente de un modelo de sociedad fracasado, que la historia condenó al cementerio de los delirios. Así como otros tantos sueños convertidos en tragedias humanitarias, en zonas de sacrificio interminables que, ya sin mística ninguna, un puñado cada vez más insignificante de sectas político-religiosas sigue adorando como verdades reveladas. Hoy, Venezuela, el increíble caso de un país con más reservas de petróleo que Arabia Saudita y tanta pobreza como Haití, confirmará si su pueblo tiene la fuerza para torcerle la mano al destino, o seguirá atrapado por una tiranía insalvable.

Casuística de un experimento trágico, que ha forzado al exilio a ocho millones de personas, provocando la mayor crisis migratoria del continente, pero que aun así no deja de tener sus incondicionales. Entre ellos, importantes actores políticos del actual gobierno chileno. En efecto, el PC y un sector del FA siguen fieles a lo que el régimen de Maduro representa: una utopía lastrada por las evidencias, sostenida solo en el uso y abuso de la fuerza. Esa misma fuerza que vimos funcionar en Chile hace unos meses, cuando un exmilitar y disidente político venezolano fue secuestrado y asesinado por un comando que entró y salió del país con total tranquilidad.

Las encuestas anticipan un triunfo opositor, pero eso no garantiza que el régimen termine por reconocerlo. Y, aunque lo hiciera, quedarían todavía cinco meses para la entrega del poder, casi medio año en que un régimen sin contemplaciones puede y hará cualquier cosa para no hacerlo. En rigor, entonces, hoy es un día decisivo para el inicio de un camino todavía largo e incierto, donde el final de esta historia no está escrito. Con todo, si la dictadura de Maduro se ve al menos obligada a reconocer su derrota en las urnas, la presión internacional será un factor clave para que la transición a la democracia pueda prosperar.

En síntesis, el régimen venezolano se juega en esta jornada buena parte de su sobrevivencia, aunque su fracaso histórico esté consumado hace ya largos años. Esa es una de las paradojas de este tipo de tiranías, que pueden sostenerse en el miedo, el hambre y la represión mucho tiempo después de ya no representar nada más, salvo la debacle una y mil veces reiterada, el delirio de un sector político que todavía no se resigna a mirar el verdadero rostro de su criatura; en Venezuela, en Chile y en todas partes.

Por Max Colodro, filósofo y analista político