Columna Noam Titelman: Tomarse en serio el plebiscito
La noche del 2 de octubre de 2016, contra el pronóstico de las encuestas, el No a los acuerdos de paz de Colombia venció al Sí. Conocidos los resultados, hubo tres declaraciones que le permitieron al acuerdo sobrevivir el traspié electoral. Primero, las Farc reafirmaron su voluntad de alcanzar un acuerdo de paz. Segundo, Álvaro Uribe, quien había liderado el No, llamó a no caer en el triunfalismo. Tercero, el Presidente Santos convocó a los voceros del No a sentarse para acordar los pasos a seguir. “Escucho a los que dijeron que no y escucho a los que dijeron que sí”, declaró esa noche. Aunque no fue de la forma esperada originalmente, el acuerdo de paz se terminó concretando.
A los gobiernos rara vez se les recuerda por el porcentaje de cumplimiento de sus programas. Lo que suele marcar a las administraciones exitosas es la capacidad de enfrentar la adversidad y empujar en una dirección cuando el viento sopla en contra. Al gobierno del Presidente Boric le tocará liderar un nuevo ciclo político que emerge de un resultado electoral que, como le ocurrió a Santos, difiere de lo que él hubiese preferido.
Hay enormes diferencias entre votar por un acuerdo de paz y una propuesta constitucional. También la realidad social y política chilena y colombiana son distintas. Sin embargo, hay una lección que podría ser de utilidad para nuestro plebiscito: lo importante que es para toda la política tomarse en serio el mensaje que salió de las urnas, sin derrotismo ni triunfalismo.
Para lograrlo, la generosidad de los actores involucrados es fundamental: el oficialismo, la oposición y, ojalá, los ex-convencionales. Para las fuerzas oficialistas esa generosidad implicará mostrar la flexibilidad para sentarse a negociar y evitar que Chile quede atrapado con la Constitución del 80. Habrá saber reconocer la derrota y no refugiarse en echarle la culpa al empedrado. Será fuerte la tentación de quebrar con los esfuerzos de diálogo mancomunado y preferir la autoafirmación. Sin embargo, el camino que sigue es demasiado dificultoso para seguir privilegiando las identidades particulares por sobre la unidad de propósito. No será fácil. Hay muchas heridas abiertas que habrá que saber superar.
Por otro lado, a los exconvencionales les tocará una oportunidad rara en política. Estos podrán determinar en parte la manera en que será recordado su legado. Para varios será doloroso reconocer la derrota y la caída de su texto. Quizás algunos se resistan a hacerlo. Si optan por esto, el nuevo proceso les pasará por el lado. Si, en cambio, aceptan las implicancias del resultado electoral, podrán hacer del texto entregado un insumo inicial para la nueva fase que parte el 5 de septiembre.
Desde las fuerzas del Rechazo será necesario que estas tengan la visión republicana suficiente para no llevarse la pelota a la casa en la borrachera triunfalista. Ante una ciudadanía que vota más como una forma de descarte que de apoyo, cobra especial importancia no sobreinterpretar una victoria electoral, abrirse a la complejidad de una sociedad pronta a decepcionarse. La ciudadanía ha decidido que el Rechazo es el mejor punto de partida para continuar con el proceso constituyente, pero sería un error interpretar esto como un deseo de inmovilismo. Más aún, una salida que no incluya un nuevo proceso de participación ciudadana está condenado a mantener la ilegitimidad de origen del texto constitucional.
El desafío que se les presenta a nuestros representantes es evitar que, en la vorágine de la lucha política de todos los días, se les escape el momento crucial en que estamos y se termine consolidando, una vez más, nuestro estancamiento constitucional. En la nueva etapa que se abre, como declaró el Presidente Santos luego de su plebiscito, se requerirá que escuchemos tanto a los que dijeron Apruebo como a los que dijeron Rechazo.