¿Cómo sacamos a Chile de la crisis de la modernidad?
Por Jaime Abedrapo, director Escuela de Gobierno USS
La “arquitectura” económica mundial es fruto del ethos cultural utilitario. Desde esa perspectiva, resulta necesario comprender cómo se ha configurado la modernidad aún vigente, ya que ella se ha representado en la actual y en las anteriores constituciones de nuestra joven República.
¿Necesitamos un borrón y cuenta nueva? Claro que no, ya que hemos conformado lo que somos desde nuestra historia y tradiciones, sin embargo, no podemos dejar de observar los profundos cambios que a nivel global y doméstico demandan un verdadero y muy profundo cambio de época.
En vista a la sostenibilidad social y medioambiental, se requiere retornar a la ética en el ámbito de los actos económicos, a objeto de superar el paradigma de una economía entendida como una “ciencia” amoral.
En efecto, en la modernidad, las leyes naturales pasaron de ocuparse por comprender a las personas y su dignidad, a una lógica de entramado de relaciones económicas y sociales que finalmente tienden a percibir a los sujetos como un medio para fines comerciales o financieros.
En tal sentido, las sociedades se han deshumanizado debido a la economía de la especulación, la cual, a través del mercado de divisas, acciones, entre otras formas de relacionarnos en lo económico, tienden a quitar el rostro humano a las decisiones económicas.
Por ello, se requieren cambios en las políticas públicas que han roto los puentes de familiaridad entre los propios habitantes de una nación. De alguna manera, la modernidad olvidó el personalismo, y ha apostado por proteger dinámicas de incremento del capital y su acumulación, cuestión que ha traído crecimiento económico, pero también un profundo malestar debido a la pérdida de vida comunitaria.
Nuestras convulsas sociedades han olvidado la visión de la persona y su relación con la sociedad. En otras palabras, desde la Segunda Guerra Mundial se intenta proteger a la persona de su organización más compleja y superior: el Estado, y en esa dinámica se fue erosionando el alma nacional. Los resultados de la descomposición social se aprecian en los materialistas e inmanentes tiempos de la modernidad, y son una de las causas de la fractura social a la cual asistimos en Chile y en gran parte de las democracias liberales.
Emmanuel Mounier afirmó que “los caminos de la camaradería, de la amistad o del amor permanecen perdidos en este inmenso fracaso de la fraternidad humana”.
Chile tiene una posibilidad en la Constituyente de dialogar y crear puentes de entendimiento en clave de renovación del tejido social erosionado y permitir un espacio para dibujar el país que soñamos, con conciencia de sí mismo, respetando la rica diversidad étnica y cultural que compone nuestra nación, que también permita corregir el modelo de abuso insostenible de nuestro medio ambiente y, por qué no, respetarnos y querernos un poco más.
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