Complejo escenario para Lula da Silva
El estrecho margen con que el abanderado del Partido de los Trabajadores (PT) Luiz Inácio Lula da Silva resultó electo en la presidencia de Brasil -superó por apenas 1,8 puntos a su contendor, el Presidente Jair Bolsonaro- es una muestra elocuente de lo dividido que se encuentra el país y de las dificultades con que se encontrará Lula en su nuevo mandato, el tercero en su larga trayectoria política. Sin duda han sido las elecciones más polarizadas desde el retorno de la democracia, con dos características muy notorias: ningún candidato había sido electo con una diferencia tan ajustada, y ningún presidente en ejercicio había perdido la reelección.
Resulta notorio que el sentimiento predominante entre los votantes fue el antipetismo o el antibolsonarismo, lo que en todo caso de ninguna manera puede desmerecer la legitimidad del triunfo de Lula. Bolsonaro había dejado entrever durante la campaña que podría eventualmente desconocer los resultados; el ominoso silencio que mantuvo desde el domingo en la noche, y que recién quebró ayer en la tarde solo para reconocer a quienes votaron por él y mencionar que respetaría la Constitución, alejan por ahora ese temor. Sin embargo, deja un sabor particularmente amargo el que en ningún momento mencionara a Lula, y evitara cualquier gesto de reconocimiento a los ganadores. El quebrantamiento de ritos democráticos elementales por parte de Bolsonaro anticipan que como líder de la oposición mantendrá una actitud hostil y polarizante.
Se avizora así un mandato complejo para el Presidente Lula, quien además de tener que lidiar con el rechazo que su figura despierta entre una amplia porción del país -los escándalos de corrupción del caso Lava Jato que salpicaron al PT y a su propia figura han estado muy presentes entre los electores- se enfrentará con un Congreso especialmente dominado por los sectores conservadores. Dicho escenario anticipa que inevitablemente Lula deberá negociar los principales contenidos de su programa, obligándolo a tejer alianzas que vayan mucho más allá de su base de apoyo. Tal perspectiva puede resultar a la larga favorable para Brasil, pues en un ambiente de tanta polarización los acuerdos serán una forma de aplacar las tensiones. El que el PT deba pactar con más fuerzas políticas en principio también podría representar cierta tranquilidad en materia de conducción económica -donde Brasil ha mostrado en el último tiempo indicadores relativamente favorables tanto en crecimiento como en inflación-, considerando que Lula solo ha entregado en este ámbito lineamientos muy generales.
El advenimiento de Lula ha puesto por ahora término a la etapa Bolsonaro, pero sigue en pie la interrogante de cuál será el sello que pretende imponer a su gestión. Esto comenzará a despejarse cuando nombre a sus principales colaboradores, pero lo cierto es que se observará con especial atención el rumbo que adoptará Brasil. En la región han proliferado en los últimos años gobiernos de signo muy hostil hacia las políticas de libre mercado, en tanto que peligrosamente siguen enquistándose populismos autoritarios o derechamente dictaduras. Si Lula aspira a ejercer algún liderazgo regional será fundamental que se aleje de modelos dañinos para la economía y tenga posturas claras sobre los regímenes que están socavando la democracia.
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