Conmiseración
SEÑOR DIRECTOR:
Se publicó una carta de un grupo de presos de Punta Peuco pidiendo “conmiseración del poder político y judicial”, así como “apoyo y comprensión” a la sociedad civil. Coincidentemente, y sin relación alguna, se me pidió ir a celebrar una misa para los reos del penal Punta Peuco.
Al ser primera vez que iba, quedé impresionado con lo que me encontré: un grupo de abuelitos. Algunos en sillas de ruedas, otros en burrito y otros con muletas. Todos ellos con frío y la mirada melancólica; conmovidos por celebrar la palabra de Dios.
Son ancianos, al menos octogenarios. Personalmente, me fue inevitable pensar en mis propios abuelos, y cómo ellos terminaron sus días siendo queridos, bien cuidados y acogidos. Estas personas son papás de alguien, abuelos de alguien, esposos de alguien; y solo puedo imaginar la angustia que esos familiares sentirán al pensar cómo esos ancianos estarán siendo cuidados, alimentados y abrigados.
Ya sé que algunos me dirán que estos abuelitos de Punta Peuco, que ahora piden conmiseración, no la tuvieron con sus víctimas y están legítimamente encerrados y alejados de sus familias. No pretendo negar, ni minimizar, ni justificar nada. Sin embargo, a 50 famosos años, ¿no podremos dar una mínima señal de humanidad con ancianos que ya no suponen un peligro para nadie? “Ellos no la tuvieron”, se me espetará con razón. Bueno, por lo mismo. El tema no es empatar, ¿o sí?
Parafraseando a Hannah Arendt, quizás sería más fácil para nosotros pensar que son un grupo de monstruos inhumanos, abismantemente distintos al resto de la sociedad. Pero no es el caso. Como no lo es con ningún preso. Son seres humanos, iguales a todos nosotros.
Después de 50 años, Chile tiene la oportunidad de tener conmiseración con aquellos que, por infinidad de motivos, no la tuvieron con otros. Eso sí es algo en lo que podemos diferenciarnos y proyectar los próximos 50 años.
Diego González Ruiz
Sacerdote
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