Coronavirus y globalización

China


El coronavirus es un fenómeno global y actúa como un agente que contamina al conjunto del sistema, se transmite con mucha eficiencia y con una tasa de crecimiento exponencial. Lo que inicialmente fue una epidemia localizada en la región de Wuhan, en China, progresivamente se esparció hasta convertirse en pandemia de difícil control por parte de los sistemas nacionales de salud pública.

El lugar de origen del virus dice mucho sobre la globalización: una sociedad donde convive la mayor dinámica económica del planeta, con prácticas tradicionales de las poblaciones en su relacionamiento con bosques y especies silvestres; mercados donde estas especies se expenden, situados en ciudades con millones de habitantes e intensamente interconectados con el mundo. Wuhan, punto de origen del virus, advierte sobre la explosión incontrolable de efectos, que resulta de prácticas de relacionamiento con los bosques primarios, con la caza de animales silvestres que un tiempo pudo ser sostenible, pero que ahora, impelida por la acelerada urbanización y por la exacerbada competencia, genera desastres globales.

El sistema jerárquico de autoridad característico de la civilización tradicional china se ha repotenciado en lo que es ahora, un régimen disciplinario que combina autoridad y mercado en una lógica de agresiva competencia con las economías occidentales, lo que la catapulta ya al segundo puesto, después de Estados Unidos en la carrera de la geopolítica económica global. Pero si la lógica de autoridad ha sido funcional al crecimiento exponencial de la economía china, y si ésta ha sido la plataforma ideal para la expansión de la pandemia, lo ha sido también a la hora de enfrentarla: gran capacidad de comandar las operaciones de reclusión y confinamiento de vastas zonas geográficas y de ciudades masivas; gran capacidad de respuesta en la construcción de infraestructura y en la disciplina que requieren estas operaciones.

Las últimas cifras de nuevos contagios y muertes presentan a China como la vencedora de la lucha contra el coronavirus. Mientras tanto, en su avance por el planeta, otros estados encuentran serias dificultades en su enfrentamiento con la pandemia. Europa, el continente que consolidó el Estado de bienestar, es ahora la víctima de su desmantelamiento y, con él, de sus sistemas sanitarios de prevención y control. Los fuertes vínculos de Europa con China están detrás de la velocidad con que la epidemia ingresó de forma inadvertida en países como Italia, España, Francia y Alemania, y se extendió de allí al resto del planeta.

Las estrategias menos dirigistas tampoco están saliendo airosas del trance. Distanciándose cada vez más de Europa, Reino Unido ensayó inicialmente medidas que dejan más espacio a la libertad y responsabilidad individual, con el fin de no afectar el funcionamiento de la economía y de los mercados, pero posteriormente dio un radical giro hacia restricciones más vigorosas una vez que fueron conscientes de la magnitud de la amenaza.

Del otro lado del océano, la estrategia estadounidense demostró serias ambigüedades; con una elección presidencial inminente, el gobierno perdió tiempo valioso para tomar acciones contundentes dejando que las ciudades y los estados más afectados tomen medidas desesperadas sin el respaldo del gobierno federal. Si a esto se suma el limitado acceso al sistema de salud y la exclusión de una amplia porción de la población en condiciones de ilegalidad, se puede prever un desenlace catastrófico.

El virus tardó en llegar a América Latina. Mientras el foco de la infección estaba en China no aparecieron casos en la región. La situación cambió cuando el brote se activó en los países europeos con quienes mantiene intensos intercambios. La multiplicación acelerada de casos confirmados forzó la progresiva implementación de medidas restrictivas al ingreso de personas desde el exterior y la reclusión domiciliar a segmentos importantes de la población. La opción por estas medidas radicales puede ser atribuida a que el temor del colapso de sistemas de salud históricamente frágiles y ahora mismo afectados por los ciclos fiscales restrictivos de las últimas décadas. Estas condiciones extremas están obligando a combinar estrategias de ‘distanciamiento social’, con una más fina identificación de territorios, donde el fenómeno presenta mayor incidencia y la contención puede ser más eficaz.

Más que erradicar el virus, los sistemas sanitarios tendrán que enfocarse en observar la evolución de la enfermedad, gobernar su presencia y orientar comportamientos colectivos que reduzcan sus efectos nocivos. Por lo demás, la humanidad siempre ha convivido con virus y bacterias, y deberá seguir haciéndolo, solo que ahora la dimensión global de los intercambios sociales exige de más ciencia y conocimiento para interactuar con ellos, de más solidaridad y capacidad de acuerdos al interior de los estados y entre estados, para potenciar verdaderos sistemas de gobernanza regional y global.

Es posible que la estrategia dirigista china se afirme progresivamente en la lucha contra la pandemia. Sin embargo, ello no debería conducirnos a olvidar que las verdaderas causas de la producción de pandemias están en los modelos depredadores e insostenibles de relacionamiento con los ecosistemas.

La pandemia ha sido capaz de detener el ritmo desenfrenado de la economía que requiere la supervivencia de la humanidad, pero sus efectos sobre la capacidad de reproducción cotidiana de grandes grupos de población son el hambre y pobreza. El coronavirus ha obligado a un repliegue forzoso de las sociedades y de los individuos a sus ámbitos más íntimos, ha obligado a reflexionar sobre la responsabilidad colectiva de habitar en un mundo frágil y a apreciar la vivencia del momento que escapa. Seguramente estamos frente a una radical transformación de cómo estamos entendiendo la vida individual y colectiva, y con ella el mismo destino de la globalización.

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