Covid-19 y la necesidad de una transformación energética en Chile
Por Claudia Fuentes, encargada de proyectos de descarbonización de Chile Sustentable
La crisis por el Covid-19 ha provocado un gran desconcierto no solo por la gran expansión de contagios, sino porque también ha evidenciado cambios e impactos en el corto plazo para el sector energético nacional. Junto con ello, también ha visibilizado cómo la actividad industrial y energética basada en combustibles fósiles pone en especiales condiciones de vulnerabilidad a las personas que habitan en las denominadas zonas de sacrificio.
En el último tiempo, la demanda de energía eléctrica en Chile se ha reducido en un 4,8%, según cifras del Coordinador Eléctrico Nacional (CEN), sin embargo, ello no repercute en la baja de contaminación de las zonas donde están ubicadas las generadoras de energía, que han seguido funcionando, incluso en zonas como Quintero se han registrado peaks de contaminación por dióxido de azufre, y Mejillones donde hay nueve termoeléctricas a carbón, encabeza la tasa de incidencia en comparación a lo largo del país.
Parece irrisorio que las industrias generadoras hayan seguido funcionando en igualdad de condiciones, autodenominándose “héroes” por producir energía para el país, cuando al mismo tiempo llevan contaminando hace décadas a la población de Quintero, Huasco, Tocopilla, Mejillones y Coronel, favoreciendo con ello la aparición de enfermedades de base que aumentan el riesgo de enfermar y morir por Covid-19 de los habitantes de estas comunas.
Ante ello, obviamente que resulta necesario repensar nuestro modelo energético –y todas las demás industrias– para que apunten al cuidado de la vida, la salud y el medio ambiente. Y para eso, lo primero que tenemos que hacer es preocuparnos de las zonas de sacrificio y establecer en el corto plazo estándares más exigentes para las termoeléctricas a carbón, porque no puede ser que las empresas estén más preocupadas de que se está consumiendo menos energía, que de reducir los niveles de contaminación en comunas donde el Covid-19 podría afectar peligrosamente a la población.
En el mediano plazo, debemos desacoplar el PIB del consumo energético; hay que ser más eficientes en el gasto de energía y con ello reducir la generación de gases de efecto invernadero.
También la tentación de retrasar inversiones en energías renovables aparece a la sombra de aquellos discursos que llaman a recuperar la economía, aun cuando eso signifique menores estándares ambientales y mayores emisiones de combustibles fósiles, sobre todo en un escenario de bajo precio de petróleo, que podría afectar la competitividad económica de las energías renovables.
Sin embargo, en vez de tratar de recuperar la tradicional economía energética contaminante, el Estado debe aprovechar esta oportunidad para acelerar las transiciones energéticas –cerrar las industrias contaminantes- y entregar paquetes de ayuda económica enfocado solo en aquellas industrias que sean limpias y justas social y ambientalmente.
La fuerte caída de los precios del petróleo también es una gran oportunidad para que los países bajen o eliminen los subsidios al consumo de combustibles fósiles, tanto en el mundo de la generación de electricidad, como en el transporte.
Finalmente, podemos apuntar hacia la necesidad esencial de mejorar el acceso y la calidad de la energía en los hogares del país. Ello, pues una situación de cuarentena evidencia aspectos de pobreza energética en lo que refiere a la malas condiciones de aislamiento térmico de las viviendas, la contaminación intradomiciliaria provocada por el uso de medios de calefacción más baratos pero más contaminantes, hogares sin recursos económicos para pagar las cuentas de electricidad y por ende sin capacidad de conectarse a teletrabajar o teleestudiar, lo que influye evidentemente en sus condiciones de salud y las posibilidades de desarrollo humano y económico de los miembros del hogar.
Estamos ante una oportunidad histórica de enmendar décadas de destrucción del medio ambiente por los combustibles fósiles, y comenzar a pensar en nuevas formas de producción y consumo de energía que sean socialmente más justas. Es ahora que debemos hacer una transformación energética, que parta por cerrar las industrias contaminantes y que ponga, de una vez por todas, los cuidados de la vida y el medio ambiente en el centro.
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