Crimen organizado y pandemia

Fuegos artificiales en la población Rosita Renard.


Por Lucía Dammert, profesora titular Universidad de Santiago de Chile

Narcobenefactores, narcofunerales y narcofiestas, son algunos de los conceptos acuñados por la política y la prensa en las últimas semanas. En este contexto, es imposible saber si todos los homicidios tienen efectivamente vinculaciones con el mercado de la droga, ajustes de cuentas o incluso sicariato. En Chile, donde la mayoría de los homicidios ocurren entre personas conocidas o incluso familiares, los resultados de la investigación policial nos podrían alertar de esta transformación. Antes es todo especulación.

Lo que no hay duda es que la pandemia se convertirá en un terreno fértil para el desarrollo y consolidación de organizaciones criminales en territorios donde el Estado históricamente ha estado ausente o ha jugado un rol ambivalente.

Para prevenir esta compleja coyuntura, algunos proponen vigilancia por parte de las Fuerzas Armadas o ley antifiestanarco o creatividades legales similares. Poca evidencia de la efectividad de estas medidas.

Se debe cambiar la forma como se ha enfrentado el mundo criminal a partir de cinco elementos preventivos: 1. Aumentar la presencia efectiva del Estado en los territorios más violentos, con policía pero también con educación, salud y empleo. 2. El accionar policial no puede estar únicamente centrado en la represión, construir confianza y colaboración con la comunidad es clave para lograr legitimidad. 3. Diseñar un programa para enfrentar el posible aumento de la deserción escolar es urgente. 4. Hay que tomarse en serio el consumo problemático de drogas de todo tipo y generar una red de protección sólida. 5. Lucha frontal contra la corrupción, a todo nivel y adscripción institucional, que puedan estar de forma activa o pasiva permitiendo el accionar criminal.

Desde el control, se torna urgente avanzar sobre cinco escenarios: 1. Aumento del control territorial de grupos dedicados a la venta de drogas que requiere inteligencia policial y capacidad interagencial. 2. Aumento de los ciberdelitos, que pasan de estafas o clonaciones a extorsiones. 3. Consolidación de un mercado informal de préstamos que termina consolidando lealtades, también la violencia en la forma de vinculación con la ciudadanía. 4. Expansión de las actividades vinculadas al lavado de activos, que en épocas de crisis económica pueden florecer. 5. Aumento de los delitos violentos, es decir una normalización del uso de armas para situaciones que previamente eran consideradas específicas.

Tenemos que reconocer que la criminalidad organizada no es un mundo paralelo que pelea de forma permanente contra el Estado. Por el contrario, su articulación con la legalidad es constante. El número de barrios peligrosos/prioritarios/complejos ha crecido de forma sistemática las últimas tres décadas, es hora de hacer algo distinto.

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