Cuando la política exige altura
La pandemia dio un golpe de realidad a la política. Esto desconcertó a los grupos que habían preparado para marzo una ofensiva de acción directa como la de octubre, destinada a mantener viva la llama de la insurgencia. El sentimiento que predominaba a comienzos de marzo era el temor a nuevos actos de violencia y destrucción, que agudizaran las dificultades económicas y profundizaran la polarización política. La biología cambió las cosas. Reemplazó el miedo al caos por el miedo a la enfermedad y la muerte.
La emergencia sanitaria planteó un reto gigantesco al país, frente al cual, es justo reconocerlo, el gobierno reaccionó acertadamente. El Presidente ha mostrado el temple que se requería y ha actuado con visión de Estado. Es útil recordar que el ministerio de Salud decretó alerta sanitaria el 7 de febrero, más de un mes antes de que la OMS declarara la pandemia. Chile se encuentra, hasta ahora, entre los países con más baja letalidad respecto del número de contagiados, lo cual es el resultado de un trabajo metódico. Corresponde valorar la labor del ministro Jaime Mañalich, de los subsecretarios Paula Daza y Arturo Zúñiga, y de expertos como la epidemióloga Ximena Aguilera.
Merecen aplauso los médicos, enfermeras y demás integrantes del equipo de salud que han trabajado con admirable espíritu de servicio, incluso al precio de contraer también el virus, como ha ocurrido con muchos de ellos. Según el Minsal, el peak de la pandemia se producirá a fines de abril o comienzos de mayo. Por ende, todo debe subordinarse al objetivo de salvar vidas y proteger a la población con todos los medios disponibles, públicos y privados. Ojalá veamos a los estudiantes de Medicina y de otras carreras de la salud actuando como voluntarios.
Todos miran hoy hacia el Estado, que además de enfrentar las urgencias sanitarias, lidera el esfuerzo para sostener la economía y amortiguar el impacto social de la recesión. Pese a sus limitaciones, el Estado ha probado tener una estimable capacidad de respuesta ante las demandas de hoy. Con todo, se ha reforzado la necesidad de modernizarlo y hacerlo más eficiente en un contexto en el que serán altísimas las exigencias de protección social. Será decisiva la alianza público-privada, y simplemente vital el mayor consenso político posible.
La atención de salud será la primera preocupación de la población por mucho tiempo. Por ello, el sistema público deberá dar un salto de calidad, lo que implica asegurar mayores recursos, modernizar la gestión, incorporar más profesionales, mejorar la infraestructura y la base tecnológica.
¿Con qué sociedad quedaremos? Ojalá con una en la que distingamos mejor lo principal de lo secundario, en la que prevalezca la voluntad de aportar al bien colectivo. Ello supone bregar por la solidaridad. Qué bueno sería que los jóvenes se preguntaran qué pueden ofrecerle ellos a Chile. Y que actuaran generosamente.
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