Cuando la protesta llega al poder
Por Juan Ignacio Brito, periodista
El cantante Neil Young ha denunciado que Spotify incluye entre sus contenidos un podcast que, según él, difunde información falsa acerca de la pandemia. Al popular cantautor se han unido otros, como Joni Mitchell y los inefables Harry y Meghan, para acusar a la plataforma. El intérprete de “Rockin’ in the free world” exige que The Joe Rogan Experience sea retirado de la programación. “Pueden tener a Rogan o a Young. No a ambos”, amenazó.
Enfrentados al ultimátum, los ejecutivos de Spotify comenzaron a bajar la música de Young: cada episodio del programa de Rogan es escuchado por 11 millones de personas, mientras que Young es un ídolo folk de los 60 y 70. Su derrota, en todo caso, estuvo lejos de ser completa: aún es posible encontrar sus canciones en la plataforma y Daniel Ek, cofundador y CEO de Spotify, anunció que habían removido “unos 20 mil episodios de podcasts relacionados con el Covid” y señaló que desde ahora se publicarían “advertencias de contenido” en los podcasts sobre coronavirus. Por su parte, Rogan subió a Instagram un video en el que se comprometió a contrastar las opiniones de expertos escépticos del manejo de la pandemia, cuya presencia en el programa enfureció a Young.
La pregunta es por qué el cantante canadiense se siente con el derecho a demandar que contenidos que le resultan desagradables sean retirados de Spotify. La respuesta, como afirma el periodista Zaid Jilani en City Magazine, es que Young se ha convertido en un nuevo promotor de la cultura de la cancelación.
Jilani reconoce en la trayectoria de Young el mismo recorrido de la izquierda norteamericana, que pasó de ser contestaria y contracultural a dominar el discurso social. Mientras fue un disidente, Young a menudo apeló a la libertad de expresión para hacer oír su voz. De hecho, en 2006 se reunió con sus socios Crosby, Stills & Nash en una gira para protestar contra la intervención norteamericana en Irak y el entonces Presidente George W. Bush. El nombre de la gira habla por sí solo: “The freedom of speech tour”.
Hoy, en cambio, las posturas políticamente correctas de Young se encuentran en la cresta de la ola y se manifiestan en lo que se ha denominado la “cultura woke”, aquella que promueve el ideario liberal-progresista, desde la prevención de “microagresiones” en las universidades al cambio de nombre de productos por parte de empresas súbitamente conscientes (Nestlé y “Chokita” son un ejemplo).
El caso muestra que, finalmente, no hablamos de una cuestión de principios, sino de poder. Mientras protestaba, Young reclamaba respeto por sus derechos; ahora que pertenece a la cultura dominante, manda a callar a los que le desagradan porque no piensan como él. Es inquietante que ese sectarismo esté hoy tan difundido. Y, por supuesto, no solo en Estados Unidos.
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