¿Cuánto vale el show?
"Si no puedes convencerlos, confúndelos". La frase es de Harry Truman, pero quien la elevó a rutina de acción política es otro inquilino de la Casa Blanca, Donald Trump, con 8.459 mentiras en dos años de mandato, según el paciente conteo del Washington Post.
Su receta funciona así: identifica un problema, ignora la evidencia, desautoriza a los expertos oponiéndolos a un supuesto "sentido común", y ofrece una falsa solución, aderezada con muchos fuegos de artificio.
En febrero, el mes de los experimentos en Chile (desde el Transantiago hasta los tiros libres sin barrera), la ministra de Educación está experimentando esa receta trumpista.
Recorrió 26 comunas en dos semanas, de Antofagasta a Puerto Montt. Pero el lugar da lo mismo, porque todas las historias que relata Marcela Cubillos son iguales. Tuiteo a tuiteo, nos cuenta que en La Serena "apoderados reclaman que les quitaron derecho a elegir". En Antofagasta, "quieren recuperar derecho a elegir educación de sus hijos". En Coquimbo una madre "reclama, y con razón, que le quitaron el derecho a elegir el colegio de su hija".
El problema real es que ciertos colegios tienen más demanda que oferta. Un mecanismo matemático ("algoritmo") permite que el 59% de los estudiantes sea admitido en su primera opción, y el 82% en alguna de sus preferencias.
Siguiendo la receta, la ministra ignora esas cifras y se reúne solo con apoderados descontentos. "Se debe escuchar más a los padres y quizás menos a los expertos", dice, pero su gira de verano es sorda a la realidad de la mayoría de las familias, que sí quedó en su colegio preferido. A los especialistas que se atreven a disentir, como la investigadora del CEP y ex integrante del equipo de Piñera, Sylvia Eyzaguirre, se les ataca.
En este show, todo vale. Se inventa que los apoderados tendrían prohibido pedir entrevistas en su liceo. La ministra de Educación valida que los padres no envíen a sus hijos a la escuela: "se niegan a matricularlos en el colegio que el Estado les está asignando, y con razón", dice.
Se habla una y otra vez de una inexistente "tómbola". "La tómbola es el peor de los sistemas", dijo en su campaña el Presidente Piñera, y su franja presentaba a niños sometidos a una ruleta para conocer su colegio. "Chambonada", llamó a aquel spot su ex ministro de Educación Harald Beyer. Pero, ya lo sabemos, a los expertos no hay que escucharlos. Parlamentarios oficialistas pasean una ruleta de casino por el Congreso, y lanzan un sitio web: "Víctimas de la tómbola".
Finalmente, la solución: "devolver a los padres el derecho a elegir". Un eslogan mentiroso. Ese derecho nunca se les ha quitado, y Admisión Justa hace exactamente lo contrario: entrega más poder para elegir a los colegios, no a las familias.
Oscurecido por todo este show queda un proyecto debatible, que cambia los criterios de selección cuando hay más demanda que oferta, incluyendo aspectos como el rendimiento académico. Expertos como Arturo Fontaine y Sergio Urzúa han entregado importantes datos a favor de la selección en colegios emblemáticos. Pero en vez de abrazar esa evidencia, el gobierno eligió promover un proyecto razonable usando argumentos absurdos y falaces.
Es que cambiar el criterio de admisión es perfectamente discutible; ofrecer un sistema mágico en que todos queden en su colegio favorito es, en cambio, demagogia pura y dura. Si un liceo tiene 100 postulantes para 50 cupos, la mitad no podrá entrar. Podemos elegirlos al azar, por su promedio de notas o por decisión del colegio, pero en cualquier caso habrá 50 familias conformes y otras 50 frustradas.
Marcela Cubillos es una protagonista improbable para este show. Abogada y profesora de la Universidad Católica, diligente diputada y estudiosa ministra, es parte de esos mismos expertos a los que ahora ataca.
"Está haciendo política", la defienden en su sector. Pero parece hacerla según la definición de Groucho Marx: "la política es el arte de buscar problemas, hacer un diagnóstico falso y aplicar los remedios equivocados".
Esa es la disyuntiva. Políticas públicas en serio, o política circense a lo Groucho Marx. ¿Cuánto vale el show?
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