Cuentos de hadas y pesadillas
Por Carlos Mélendez, académico UDP y COES
El año termina con dos cuentos de hadas políticos consagrados electoralmente. Un joven dirigente estudiantil, con una trayectoria política forjada en las luchas callejeras contra el establishment chileno, reemplazará en La Moneda al Presidente contra quien dirigió movilizaciones. Un maestro sindicalista, que encabezó radicales paros para obstaculizar las reformas educativas de la tecnocracia peruana, ocupa hoy el Palacio de Pizarro. Las victorias de Gabriel Boric y Pedro Castillo, respectivamente, portan una carga simbólica potente que contrasta con la opacidad de las castas políticas a la buscan reemplazar. Simbólicamente, Chile será gobernado por ex dirigentes estudiantiles; en Perú, los profesores sindicalizados ostentan más poder que nunca antes.
Ambos gobernantes llegan al gobierno central apoyados en coaliciones políticas sin recorridos notables en gestión pública. Parece no haber otra fórmula de sustituir repentinamente establishments en caducidad que con amateurs. La curva de aprendizaje será pronunciada y, si bien es cierto que la opinión pública concede un periodo de gracia, las expectativas sociales pueden desembalsarse ante un grueso error o falta grave. Si a ello se le suma el desafío de equilibrar intereses heterogéneos dentro de sus propias alianzas, el cuento de hadas puede convertirse en pesadilla. Boric y Castillo cuentan a su favor con los elementos que le garanticen mínima representabilidad de sociedades hastiadas de sus élites. ¿Qué puede ser más icónico en Chile que un estudiante rebelado contra el sistema? ¿Qué puede ser más histórico en Perú que un campesino presidente? Pero, en el delivery de las políticas públicas, no solo la inexperiencia juega en contra, sino además los poderes tradicionales que, más allá de las derrotas electorales, siguen manteniendo posiciones de dominio.
En primer lugar, los legislativos se han convertido en seguros recaudos de las élites políticas derrotadas. Castillo, en menos de seis meses, ya afrontó el primer intento de destitución de parte de la oposición. Boric tendrá que tejer lazos parlamentarios para hacer mínimamente viables promesas, pero sobre todo para evitar los embates de la derecha que, por más modales republicanos que demuestren, jugarán un rol desestabilizador. Los mercados seguirán sufriendo la incertidumbre a distintas escalas, desde el nombramiento de un ministro de Hacienda que los “tranquilice”, hasta una nueva Carta Fundamental que altere las reglas de juego vigente por décadas. La gobernabilidad no se cocina solamente con índices de aprobación presidencial (hay una zona gris entre la promesa socialdemócrata y la tentación populista). Además, en lidiar con las reacciones de actores económicos que, por primera vez, tendrán que navegar sin hoja de ruta.
Hay diferencias importantes entre Boric y Castillo (sobre todo en los valores sociales que impulsan políticamente), pero se asemejan en algo fundamental para las sociedades en crisis de representación: la expectativa de refundación. Pero mientras Castillo se queda en la expresión de la rabia y la revancha histórica, Boric le ha puesto a los sentimientos anti-establishment una capa de esperanza (al menos momentáneamente).
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