De inválidos a invisibles
Por Matías Poblete, presidente de Fundación Chilena para la Discapacidad
Por mucho tiempo, quienes enfrentamos una discapacidad, fuimos considerados como inválidos. Aun cuando este concepto sigue siendo utilizado, la percepción sobre las personas en situación de discapacidad ha evolucionado, apareciendo nuevos conceptos, tales como capacidades diferentes o capacidades especiales. Y si bien el ser persona en situación de discapacidad no nos hace especiales ni nos otorga superpoderes, con frecuencia podemos ser invisibles. No por nuestra propia voluntad o por nuestras capacidades, más bien, ocurre porque nuestro entorno no nos ve, a pesar de que siempre estamos ahí.
Frente a esto, no sé qué puede ser peor, si ser considerado como inválido o ser considerado como invisible. Lo primero, implica ser visto como una persona que no tiene valor, como un incapaz, incluso como una carga. Lo segundo, simplemente implica que no existes, para efectos de la toma de decisiones, de la discusión de asuntos relevantes y como parte de la sociedad. Porque, aunque estás presente, no se te considera, y aunque estén frente a ti, se dirigen al que está a tu lado.
Llegamos a ser invisibles, porque quienes ponen sobre la mesa los temas de interés público, simplemente no nos ven, a pesar de que en Chile somos más de 3 millones de personas quienes convivimos con la discapacidad, número que crece enormemente si consideramos solo a nuestro entorno familiar más próximo.
Llegamos a ser invisibles cuando el ascensor del Servicio de Registro Civil e Identificación de Las Condes se encuentra averiado por un largo periodo de tiempo, impidiendo que personas con dificultades de movilidad puedan realizar sus trámites de forma oportuna y segura; llegamos a ser invisibles cuando en la discusión del presupuesto de la nación, nadie aboga por los escasos pesos que se otorgan para atender las necesidades de las personas en situación de discapacidad, que implican, por ejemplo, el retraso de dos años y más en la entrega de ayudas técnicas, primordiales para la autonomía, la educación y el desarrollo laboral; llegamos a ser invisibles cuando una institución de salud es capaz de negar la atención médica vital para Mauricio, un niño con parálisis cerebral, sin que exista una real justicia, ni que se generen los cambios necesarios para que situaciones como estas no sigan ocurriendo; llegamos a ser invisibles cuando el Estado no está cerca del cumplimiento que le mandata la Convención Internacional de los Derechos de las Personas con Discapacidad, o no cumple con las normas de inclusión laboral y de accesibilidad universal, perpetuando la exclusión y, por cierto, no dando el ejemplo al sector privado; pero, claro, nadie fiscaliza al Estado; llegamos a ser invisibles cuando los problemas que nos afectan de manera específica, tales como la exclusión, la discriminación y la falta de oportunidades, no son abordados en los debates presidenciales, teniendo presente que a lo largo de la historia nunca se le ha preguntado a los candidatos cuáles son sus propuestas en materia de discapacidad.
Al terminar esta columna, creo que viene bien dejar aquí un dicho popular: no hay peor ciego que el que no quiere ver.