¿Qué debería definir a los liberales chilenos?

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Andres Perez/ La Tercera


Mucha tinta se ha gastado en los últimos meses hablando del liberalismo, que agoniza, que está asediado por los propios liberales, que el liberalismo chileno es extraño, que el neoliberalismo aquí, que el liberalismo allá, que John Stuart Mill, que Hayek, que Smith. En todo esto hay una cierta miopía. Todos hablan de liberalismo pero nadie se ha dado el trabajo de mirar a nuestros propios pensadores liberales, como José Victorino Lastarria, José Miguel Infante o José Francisco Vergara.

Si alguien quiere comprender el liberalismo, no solo el criollo sino también el liberalismo a secas, debería al menos leer lo que pensaba Lastarria, un contemporáneo de John Stuart Mill que no nació en Londres sino en Rancagua, que no provenía de las familias de apellido vinoso de la aristocracia castellano vasca del siglo XIX, sino que era hijo de un funcionario, que no recibió herencias ni tierras sino que partió como un humilde profesor de escuela.

En el último tiempo, el cuiquerío progre y conservador ha hecho del liberalismo su punching-ball favorito. Pero no atacan en estricto rigor al liberalismo sino lo que ellos creen que encarna al liberalismo, que no es otra cosa que una especie de cuco que llaman neoliberalismo. En su imaginario, moralista y tutelar, predomina más bien la idea de un mal encarnado, muy propia de la formación ultramontana de nuestra élite, que ellos deberían combatir. Hay algo psicológico y sociológico en aquello, pero no es tema de este escrito. El fondo que me interesa abordar es acerca de una pregunta clave hoy día: qué define a los liberales, sobre todo chilenos, pero también dónde estos deberían buscar sus raíces.

Si miramos a José Victorino Lastarria, su biografía y su pensamiento, vemos que lo que define a un liberal es la valoración de la independencia del individuo en todo ámbito de cosas, no solo para uno mismo sino para el resto. En ese sentido, Lastarria encarna la noción del liberal clásico que promueve la asociatividad desde la primacía de la individualidad. Por ello conjuga los ámbitos de la privacidad con su compromiso con lo público, teniendo presente que aquello es esencial para el fortalecimiento de la libertad política y social. Para Lastarria, el fundamento base de la libertad es la conciencia individual del ser humano. Es desde aquella condición que concibe el despliegue de las libertades en la sociedad pues considera que la libertad individual conforma la riqueza de la vida social. Y por tanto, cuando esa libertad individual se ve truncada o coartada, la sociedad pierde sentido. Por eso, Lastarria rechaza el intervencionismo estatal en el ámbito económico pues considera que este parte de la presunción de que las personas no saben decidir por sí mismas.

Lastarria considera que los sistemas de fuerza, contrarios a la libertad, se basan esencialmente en la concentración del poder inspirado en una lógica paternalista. Ve que la extensión del poder por sobre las conciencias se extiende bajo la excusa del bienestar de los sujetos, por lo que advierte que: «un poder despótico, por más que sea paternal, no puede dejar de convertir en siervos a sus súbditos». Por eso mismo considera que tanto socialistas como reaccionarios mezclaron teorías contradictorias, lo que propició la confusión de la libertad con la soberanía popular o la engañosa confusión de la sociedad con el estado. Lastarria considera que los conservadores y socialistas se contradicen pues proclaman la promoción de la libertad mientras al mismo tiempo alientan la ampliación del poder tutelar del gobierno centralizado sobre cada aspecto de la vida social.

Para José Victorino Lastarria la sociedad civil no es lo mismo que el Estado, puesto que en ella se desarrollan diversas fuerzas humanas a través de la cooperación espontánea. Lastarria concibe que la libre iniciativa individual es la base de la cooperación social y esta no depende de las directrices de la autoridad sino que del influjo de la libertad misma. Considera que la mano gubernamental distorsiona la libre concurrencia impidiendo el desarrollo social y por tanto el progreso.

Para Lastarria el sistema liberal implica el fin del sistema de fuerza que pretende dirigir y monopolizar cada aspecto de la vida humana, incluidas las creencias. Para él, la libertad individual ―en tanto libertad moral― no podía ser subyugada por ninguna fuerza. Ese es el criterio primario que define el pensamiento liberal desde el cual se rechaza el paternalismo gubernamental, hoy día disfrazado de buenismos de todo tipo y que como siempre se traduce en tutela asistencialista de las élites y predominio de los burócratas sobre la vida de las personas, ahogando su libre iniciativa. Es desde ese criterio primario desde el cual surge la defensa acérrima por la libertad de conciencia, la libertad de expresión, la libertad de asociación, la libertad de movimiento y la libertad económica, las cuales son un punto de partida esencial para fundar una sociedad realmente libre, pero también son un límite al poder que nunca se debe olvidar sobre todo cuando, como decía Lastarria, algunos se dedican a difundir «la idea errónea de que es posible hacer desaparecer la miseria y todos los abusos por medio de un arreglo artificial dictado y mantenido por el Estado».

Todas las confusiones que denuncia Lastarria se repiten hoy día en el debate político chileno, donde varios confunden la libertad con la satisfacción de una infinidad de aspiraciones y desde las cuales se ataca a los principios liberales sin siquiera conocerlos en su profundidad. Eso, sin duda, a estas alturas es una frivolidad inaceptable.

El problema del cuiquerío progresista y conservador, anti liberal, es que coinciden en aquello que Lastarria denunciaba como una falsedad y creen que la primera misión del estado «es la de poner límites a la libertad, arrogándose la dirección del individuo y de la familia, a pretexto de mantener la paz y el orden en la sociedad».

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