Decálogo, caricaturas y pobreza

Entrega cajas


Por Sebastián Sichel, ministro de Desarrollo Social y Familia

Recuerdo una conversación que tuve con una asistente social a los 11 años. A cada cosa que yo decía, ella repetía que me entendía porque sabía lo que yo vivía. Cuando terminamos de hablar, mi sensación fue que ella no tenía idea lo que yo vivía. Me bastaba con que entendiera y empatizara conmigo, porque si yo había llegado hasta ahí era porque necesitaba ayuda.

Hoy, ese diálogo vuelve a mi cabeza cuando pienso en que nunca podré saber en primera persona lo que viven quienes hoy lo están pasando mal. Ni yo, ni ninguno de nosotros que pertenecemos a la élite. Nuestro rol hoy es ayudar desde el ejercicio de la humildad, y reconocer que no hay una sola fórmula para ayudar. Y el deber de un gobierno es hacer lo posible por llegar rápido a las familias que requieren con urgencia la presencia del Estado. Tenemos que aceptar lo que nos ratifica la pandemia: vivimos en comunidad y nos necesitamos mutuamente.

El problema es que muchos prefieren seguir en su normalidad habitual. Opinan desde la convicción de que ellos sí saben lo que otros viven. Y quien cree que sabe, ratifica su certeza: yo soy de los buenos porque sé lo que ellos sienten; tú eres de los malos porque no haces lo que digo que hagas. Por egoísmo, pequeñez, ansiedad o manipulación. O porque no quieren hacer lo suficiente. Algunos despliegan una tesis con datos aislados, uniendo causas y efectos, exigiéndole al resto cumplir con su estándar moral. Eso está en las antípodas de la comprensión de una crisis que requiere humildad. Es la vieja moral de buenos y malos.

La conversación de cómo actuar en una crisis requiere de ciertos mínimos; debe sustantivar el debate para dialogar el cómo, el cuándo y el quiénes (y no solo adjetivarlo); debe partir en asumir el rol que a cada institución le corresponde; y debe sustentarse en la buena fe: todos estamos tratando de colaborar y hacer lo correcto en una situación incierta y dramática.

En esta tarea, el gobierno cumple un rol central: mirar la estrategia en el corto y mediano plazo, tomar decisiones e implementarlas. Tenemos la convicción de que urgencia es dignidad y que no debemos descartar ninguna fórmula. Eso ha significado avanzar en la entrega de recursos directos a las familias a través del subsidio al ingreso mínimo y el ingreso familiar de emergencia, apoyar con 2,5 millones de canastas de alimentos, proteger el empleo, respaldar a los emprendedores, e impulsar sinergias con los alcaldes para enfrentar una crisis cuyas dimensiones aún no acabamos de determinar. Son medidas que protegen a casi 10 millones de chilenos.

La crisis es una oportunidad para hacer un ejercicio de humildad, para preguntarnos qué podemos hacer. Es el ejercicio de unidad, la confianza mutua y el esfuerzo colectivo la mejor fórmula que ha descubierto la humanidad para salir adelante. Pero eso requiere un acuerdo básico: no es el dolor de otros el que debe justificar nuestras caricaturas. Quizás ese debería ser el primer paso de un decálogo para la nueva sociedad post Covid.

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