Defensa de una carta
La carta en defensa de Lula ha sido objeto de fuego graneado. Ante el inminente triunfo de Jaír Messias Bolsonaro es fácil salir a disparar. Así lo hemos visto desde diversas trincheras. Unas críticas son normales y comprensibles por donde vienen, otras dan vergüenza ajena. Bien distinta habría sido la situación si a Lula le hubiesen respetado sus derechos políticos, como lo demandó la Comisión de DD.HH. de la ONU. Todos los estudios de opinión indicaban que habría podido ganar, incluso en primera vuelta, o disputado el balotaje en una condición infinitamente más favorable que la de Haddad.
El triunfo de Bolsonaro es producto de muchos factores que produjeron un voto desesperado. Habrá tiempo para analizarlos. Allí aparecerán las responsabilidades políticas de Lula y el PT, que son múltiples y graves. La necesaria autocrítica será dolorosa, sobre todo si se cumple la amenaza que Bolsonaro profirió hace pocos días: "que Haddad y Lula se pudran en la cárcel".
Pero este resultado es también la culminación de una tremenda operación en la cual se articularon grandes sectores empresariales, la cadena O Globo, parte del Poder Judicial y sectores del mundo conservador norteamericano. Las excusas que debió darle Obama a Rousseff por el espionaje telefónico y el involucramiento de Steve Bannon en la campaña brasileña constituyen botones de muestra. La operación comenzó con el impeachment en contra de Dilma y avanzó luego hacia su objetivo fundamental cual era eliminar el principal escollo a la recuperación del poder por parte de la derecha tradicional: Lula. La operación desplegó una poderosa campaña de desprestigio del expresidente y el PT. Los instrumentos fueron la propagación de noticias falsas o de verdades a medias que generaron un fuerte sentimiento anti PT. Sin embargo, algo no salió como se esperaba. Los principales partidos que viabilizaron el impeachment, el MDB de Temer y el PSDB de Cardoso, Serra y Neves pensaron que luego de su consumación y excluido Lula de la competencia podrían recuperar fácilmente el poder. Geraldo Alckmin fue el elegido para encabezar la reconquista del gobierno. Sin embargo, su resultado electoral fue paupérrimo; menos de un 5%. En un marco de fuerte polarización, la mayor parte del tradicional respaldo de esos partidos se volcó hacia Bolsonaro. De una especie de materia inerte que era el viejo diputado surgió, como en la novela, una especie de Frankenstein.
En boca de sus impulsores la afirmación de que "el triunfo de Bolsonaro es responsabilidad de Lula" raya en el cinismo y la desvergüenza. Fueron ellos los que mediante un proceso trucho imposibilitaron que Lula pudiera competir. Lo sometieron a un verdadero linchamiento mediático y no contentos le impidieron defenderse. Alteraron de esa manera lo que pudo haber sido un pronunciamiento soberano mucho más legítimo. Y buscan ahora transformar a la principal víctima de esa campaña en el principal responsable por el resultado de una elección en la que se le impidió competir, porque justamente tenía todas las posibilidades de ganar.
Soy de los que piensan que esto que empezó mal terminará muy mal. En ese momento, conocido el próximo capítulo de esta historia se podrán dimensionar con la necesaria distancia los aciertos y errores de cada cual. Personalmente tengo mi conciencia tranquila; la carta de apoyo a Lula fue oportuna y honesta. Sin ninguna reticencia la volvería a firmar.
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