Democracia
Por Alfredo Jocelyn-Holt, historiador
Quizá sea éste el momento más adecuado, mientras rueda la bolita (“mesdames et monsieurs, les jeux sont fait, rien ne va plus”, dice el croupier y se cierran las apuestas), para sentarse a recordar las falencias de la democracia. Viejo tópico, dilema recurrente desde siempre, y en esta elección como nunca, la gente preguntándose, nadie respondiéndole, cómo fue que venimos a dar con este par de candidatos (si hasta se les ha tenido que vender por lo que no son). Aunque, conste, otro tanto se dice de la democracia en cuanto sistema (“la peor forma de gobierno excepto todas esas otras formas que se han probado de vez en cuando”). Curiosa manera de definirla, si para admitir su relativa virtud se deba partir reconociéndola también pifiada, la frustración dándose por seguro. Pregúntenle o si no a izquierdistas, que ellos saben de triunfos y desengaños.
No faltará el que, llegado a este punto en la discusión, diga que en esto se distinguen los que “creen” de los que no. ¿Como si se tratara de un asunto de alta religión que delataría al hereje? ¿En nuestro mundo, por lo demás moderno, progresista y laico? Mañana domingo, medio Chile, no todo Chile, va a las urnas, como cuando se iba a misa, se rezaba y comulgaba. Digamos mejor que, si la democracia es una fe, es altamente probable que se haya desvanecido. Otra más de sus falencias.
Y las hay muchas. La democracia hace decaer repúblicas (Aristóteles); deviene en gobierno de la muchedumbre (Polibio); degenera en tiranía de la mayoría anulando minorías que hacen de contrapeso (Madison, Tocqueville, J. S. Mill); hizo posible a Hitler; sostiene a totalitarismos socialistas (democracias populares aún existen); valida a caudillos, dictadores y populismos (“la voz de los que no tienen voz”); “es una superstición” (Borges). Estos son sus defectos más graves, pero hay otros no menos corrosivos que pasan inadvertidos. Sirve para elegir autoridades aunque, después de un rato, importen éstas cero incluso para quienes votaron por ellas (Piñera). No garantiza que gobiernen ni los más aptos, ni que éstos cumplan luego con lo prometido; en fin, se la invoca para “refundar” revolucionariamente, y puede que tarde echar pie atrás.
No deja de llamar la atención que en EE.UU., donde no digamos que ha mermado “la fe”, en 1880, el destacado historiador Henry Adams, nieto y bisnieto de presidentes, publicó Democracy: An American Novel sobre un cambio de administración en Washington. En ella, Madeleine Lee, su principal personaje, angustiada por la corrupción que se ampara en democracia, pregunta: “¿Estaremos para siempre a merced de ladrones y rufianes? ¿Es imposible un gobierno respetable en una democracia?” Nadie en Chile se ha atrevido hacer preguntas de este calibre. ¿Será que tenemos una república más fuerte? Piénselo, luego vote (o no).