Descolonizar el patrimonio colonial

estacion mapocho


Por Ricardo Abuauad, decano del Campus Creativo UNAB; profesor UC

Soplan vientos refundacionales, pero no cualquier refundación es buena. Dentro de las demandas que escuchamos, una en especial debe ser analizada en detalle: la descolonización. ¿Puede aplicarse a todo? ¿Es justo hablar hoy de descolonización de nuestras ciudades?

Lo primero: es poco lo que nuestra cultura urbana contemporánea recoge de las concepciones del mundo de los pueblos originarios, y esa es una deuda que saldar. Poco de la fuerza creadora mapuche y de su impacto en el mundo que habitamos. Tampoco de la sabiduría del Az Mapu, ese marco que regula la relación entre las personas y su entorno. Revisar la forma en la que convivimos a la luz de esa cosmogonía ancestral, que alguna vez se borró o menospreció, es justo, indispensable, y no debemos hacerlo solo nosotros: los neozelandeses debaten sobre cómo recoger el pensamiento maorí en sus ciudades, y lo mismo en varios otros lugares. Es un deber, y hay grandes lecciones ahí que aprender.

Dicho eso, la descolonización no puede consistir en erradicar de nuestro “ser urbano” la totalidad de las influencias recibidas a través de la dominación colonial; como recuerda Estermann, si esto fuera así, gran parte de Europa debería también borrar sus orígenes griegos (la polis, el ágora), romanos (sus infraestructuras, el foro, e incluso el derecho), y varios otros. La ciudad colonial en Iberoamérica es a su vez, por lo demás, un destilado de una sabiduría ancestral, y no un invento del colonizador: su trazado, sus espacios y recintos, tienen sus orígenes en ciudades del oriente medio, que luego influyen en el trazado hipodámico griego, en las urbes romanas, en las bastidas de la edad media. Es, en sí misma, un crisol de casi toda la historia de la ciudad, incluyendo los siglos de convivencia entre España y el islam. En esa síntesis virtuosa, esas ciudades coloniales nos heredaron una medida (la manzana, la cuadra), un trazado (el damero), una orientación hacia los puntos cardinales, una manera de entender el vacío (la Plaza de Armas), una parcelación, una infraestructura sanitaria, las casas patio, unas instituciones, un patrimonio construido, sus técnicas y materiales.

“La ciudad no es una hoja en blanco”, escribían Parcerisa y Rubert de Ventos hace dos décadas, y en efecto no lo es. Es una síntesis, una serie de capas superpuestas que dejan huellas, que heredan decisiones. Intentar borrarlas, como se borraban las páginas de los palimpsestos para reescribirlas una vez que el texto se consideraba en desuso, es cometer hoy los mismos errores que se critican en el pasado. Interculturalidad, respeto y revalorización, por supuesto; pero “descolonizar” carga con un peligroso lastre de cancelación refundacional, de intentar borrar la historia. En la ciudad y el territorio, lejos de eliminar, se trata de rescatar, de poner en valor, de aprender a convivir. Y eso aplica sin duda a la visión de los pueblos originarios, pero también a esa ciudad colonial que, hay que decirlo, tampoco hemos sabido cuidar y preservar.