Desconcierto urbano
Nadie debe estar contento con la suspensión del proyecto Alameda-Providencia informada por el gobierno. No solo por la calidad de su diseño, sino porque su avanzado desarrollo permitía iniciar obras en el sector poniente, en las comunas de Lo Prado y Estación Central, el tramo más deteriorado y desigual de esta avenida.
El eje Alameda-Providencia no es cualquier avenida, es el espacio de movilidad y encuentro cívico más importante y simbólico de Santiago. El espacio por donde transitan millones de personas todos los días, el principal centro de la ciudad y el eje de transporte público más intenso de toda la metrópolis.
Por eso, su mejoramiento requería un proceso que garantizara buen diseño urbano y consensos ciudadanos. Este fue el desafío del concurso internacional, que me tocó dirigir junto a un destacado jurado nacional e internacional. La propuesta liderada por el intendente de Santiago debió cambiar el modelo tradicional de desarrollo de estos proyectos sectoriales de infraestructura, impulsando una visión integrada del espacio público, una gestión multisectorial y descentralizada, y un proceso transparente y participativo de diseño urbano. Por eso, el término de este proceso genera una sensación de alto desconcierto.
Desconcierta que se cuestione la validez del proyecto, cuando su origen data del 2013, a fines del primer gobierno del Presidente Piñera, cuando el Ministerio de Transportes impulsó una imagen objetivo junto a los municipios, otros actores y un equipo de la Universidad Católica. Esta imagen fue asumida integralmente por el gobierno de la Presidenta Bachelet, para convocar al concurso que seleccionó a la mejor alternativa y equipo de profesionales para su diseño en detalle.
Desconcierta que algunos no estén informados de su diseño, diciendo que se reduce el espacio público, no aporta áreas verdes, no considera ciclovía o es un corredor tradicional de buses, cuando lo que conocido del proyecto final representa un diseño notable, con una sustancial ampliación del espacio peatonal y la arborización, y un diseño de movilidad que dista mucho de los antiguos corredores de buses segregados.
Desconcierta que un proyecto que tuvo rentabilidad social favorablemente en 2014, ratificada a principios del 2018, ahora sea detenido por la rentabilidad de un tramo inicial, el más deteriorado. Surge la duda ante las conocidas limitaciones de las evaluaciones basadas solo en beneficios de transporte vehicular, que no consideran el proyecto completo, los beneficios urbanos y el aporte en espacio público.
Desconcierta escuchar que no existe financiamiento, cuando hay información que contradice este argumento y todos sabemos que los proyectos urbanos de esta envergadura se ejecutan en múltiples etapas, gestionando en forma gradual los fondos públicos para cada una, según su avance. Entonces, es falta de prioridad y no de financiamiento.
Pero no vale la pena concertarse en las discrepancias, pues éstas debieran ser aclaradas pronto por la autoridad. Corresponde concentrase en los amplios consensos: mejorar el espacio público y la movilidad del transporte público del eje Alameda-Providencia. Si todos los actores están de acuerdo en estos objetivos, no hay razón para no avanzar, concretando su primera etapa y dando tiempo a los consensos para dar continuidad a las próximas fases en el futuro.
Los buenos proyectos de ciudad se desarrollan en plazos largos, con acuerdos y procesos de ajustes continuos, que superan los tiempos de los gobiernos. De lo contrario, terminaremos impulsando proyectos de corto plazo, insignificantes o mediocres.
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