Desconfianza y proceso constituyente
Por Verónica Undurraga, profesora de Derecho UAI
Existe el temor de que la desconfianza que está instalada entre nosotros frustre el proceso constituyente.
La desconfianza influye en la forma en que evaluamos y discutimos casi todas las propuestas que vienen de quienes piensan distinto. Las miramos desde su peor ángulo, buscando cuál es la ventaja partidaria que se persigue con ella, para “atajar el gol”. Yo misma escribí una columna criticando la idea de exigir, además de la aprobación particular de cada norma por el quórum de 2/3, una votación final del texto de la Constitución con el mismo quórum porque me parecía (y me sigue pareciendo) que es una carta bajo la manga que quieren reservarse los partidarios del rechazo, que además condiciona en forma inadmisible la discusión previa, en lugar de ser una medida necesaria para darle coherencia al texto constitucional.
Es difícil trazar la línea entre estar alertas para evitar situaciones injustas tratando de impedir, mediante reglas, todo lo malo que puede pasar en la Convención y quedarse pegado en la desconfianza. Contra la “cocina constitucional”, publicidad y transparencia; contra la influencia de intereses particulares, normas de lobby; contra la corrupción, declaraciones de patrimonio, y así. Nada de eso está mal, de hecho, suscribo cada una de estas reglas y creo necesarias varias más. Sin embargo, cuando escucho los relatos de protagonistas de procesos constituyentes que han sido exitosos, hay algo que siempre destacan con orgullo: cómo durante el trabajo de la Convención fueron construyendo confianzas. Cada país enfrentaba divisiones tan o más profundas que las nuestras y desafíos que parecían irremontables. En algunos casos violencia armada, en otros, dolorosas historias de discriminación racial. Son historias de trabajo intenso, comprometido, de personas que hacen lo posible por mantener los diálogos y salvar diferencias.
Es en ese hacer que la confianza surge, en la admiración y emoción mutuas que produce ver a quien tengo al frente concentrada en el esfuerzo por lograr acuerdos. No se trata de personas excepcionales, sino de la forma en que se pueden comportar personas corrientes cuando se les confía una misión excepcional.
La defensa alerta de las distintas convicciones y buenas reglas del juego son cruciales, sin duda. Pero como en todas las empresas humanas, la sabiduría algo misteriosa de las emociones es lo que permite que los engranajes, en vez de chirriar, pongan el barco en movimiento.
En Chile hay desconfianza, pero paradojalmente coexiste con una gran esperanza puesta en el proceso constituyente (¿sabiduría de las emociones?). Todo es difícil y las cosas pueden salir mal. Y sí, hay procesos que han fracasado (las emociones también son caprichosas). No hay garantías, pero llegar a buen puerto es perfectamente posible.
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