SEÑOR DIRECTOR:

El lunes, su diario informó sobre la captura de un sospechoso de homicidio. El presunto culpable tendría sólo 12 años.

La noticia es breve, pero los comentarios, aplicables a muchas otras que hemos leído sobre adolescentes y delincuencia, son tajantes: hay molestia porque es inimputable y se afirma que son “semillas del mal”. Sin embargo, pocos se preguntan por qué ese niño no estaba en la escuela o en su casa con su familia. ¿Por qué no estaba siendo cuidado o querido? Tampoco se reflexiona sobre lo que sucede con tantos otros que caen en la delincuencia, muchos de ellos atrapados en la pobreza.

Sabemos que este tema no es superficial; es complejo y delicado. No buscamos justificar la violencia ni minimizar el dolor de las víctimas, pero sí nos preguntamos qué hacemos para que no siga ocurriendo. ¿Qué hicimos como sociedad para que ese titular existiera? O mejor aún, ¿qué estamos haciendo?

¿Los damos por perdidos? ¿Los abandonamos tan jóvenes? Estamos convencidos, tras 20 años de trabajo en los territorios más excluidos de Chile y América Latina, de que sus destinos no están escritos. Y si lo estuvieran, podemos reescribirlos. Pero esto exige compromiso, esfuerzo y, sobre todo, esperanza.

Muchos creen que la primera infancia es la única oportunidad de transformación, pero es un mito. La adolescencia es clave; el cerebro es altamente plástico y permite cambiar trayectorias de vida. Y eso es lo que hacemos en América Solidaria a través de nuestros programas. Nos adaptamos a las urgencias, medimos el impacto y focalizamos las intervenciones. Pero sobre todo, creemos en ellos, en que no están destinados a ser delincuentes, y confiamos en que muchos piensan que todavía podemos cambiar sus rumbos.

Magdalena Valdés

Directora ejecutiva

América Solidaria Chile

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