Dime dónde vives y te diré quién eres

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El debate sobre la integración social se ha concentrado principalmente en ampliar las opciones de localización para que los grupos sociales más vulnerables puedan vivir en el sector oriente, y así mejorar el acceso a bienes y servicios. Sin embargo, la factibilidad de estas propuestas, incluso en el mejor de los escenarios, tendrá un efecto acotado. Por eso, en esta columna propongo ampliar el debate y el foco de análisis de las políticas para la integración social, con miras a generar cambios sustanciales en el patrón de localización de los diferentes segmentos sociales en la ciudad.

El lugar donde las personas habitan marca y estigmatiza quizá mucho más que el colegio donde se estudia. Es que la segregación residencial no es solamente un fenómeno físico de distancia entre diferentes grupos sociales, sino que también es un fenómeno subjetivo, que crea estereotipos y hace que las personas carguen con el estigma de los lugares que habitan. Una publicación reciente del PNUD, basado en una encuesta, plantea que el lugar donde las personas viven es una de las tres principales causas por las cuales se reciben malos tratos.

Por esto es urgente dirigir el debate sobre integración social hacia aspectos que puedan tener un efecto real en la equidad urbana, no solo abriendo posibilidades de localización, sino nivelando los estándares de desarrollo urbano de los diferentes barrios de la ciudad. Propongo dos énfasis. El primero es formalizar con un marco normativo y una estructura más definida, en términos de presupuestos y capital humano, los proyectos de regeneración urbana de aquellos barrios con alto nivel de complejidad que se encuentran socialmente estigmatizados, tarea que ha sido iniciada hace un par de gobiernos con éxito. Estas intervenciones deben ser lideradas por el Minvu (Serviu), ya que su foco debe ser la inserción urbana y no la seguridad pública.

El segundo tema relevante es acelerar la aplicación de los estándares urbanos que han sido definidos por el Consejo Nacional de Desarrollo Urbano. Estos estándares deberían comenzar a formar parte de los criterios de evaluación de los proyectos de inversión pública, considerando que debemos trasladar el objetivo de la integración social del discurso a la acción.

La única forma, en el largo plazo, de tener una ciudad integrada y diversa, desde el punto de vista residencial y en distribución de actividades económicas, es que ésta tenga estándares que minimicen las diferencias abismales que tenemos en la actualidad. En la medida en que estas diferencias no sean como las actuales, las decisiones de localización de los diferentes grupos sociales no pasarán por la estigmatización o el estatus que se puede adquirir o cargar por vivir en un determinado lugar. Así, en el futuro si me dices donde vives, no podré decirte quién o cómo eres.

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