Discriminación ecológica
Todos tenemos contradicciones, pero el caso de la Comunidad Ecológica de Peñalolén superó todos los límites. Este enclave cordillerano, habitado por políticos y actores que han sido rostros y profetas de la equidad, ha vuelto a vetar la llegada de viviendas sociales a su barrio. Es la tercera vez que lo hacen desde que en 2003 le dieron un portazo a los pobladores de la toma de Peñalolén. De nada sirvió que les explicaran que estas familias eran de la comuna, que había niños y que tenían el mismo derecho a vivir en este hermoso paraje. Movieron cielo y tierra y lograron expulsarlos.
Para empeorar el asunto, la Comunidad ha disfrazado su discriminación de ecologismo y épica de cambio climático. Afirman que la condición socioeconómica no tiene que ver con su rechazo. Que solidarizan con los compañeros y compañeras que llevan 10 años esperando por sus casas, pero que les preocupa la alta densidad del proyecto, la destrucción de flora nativa o la tierra que levantarán cuando lleguen en micro. Curiosamente no dijeron nada parecido cuando se hizo un condominio ABC1 en el predio del lado, o cuando ellos mismos talaron bosques para hacer sus casas, sin autorización de la Conaf o del municipio.
Como perdieron todos los recursos, se fueron a la Corte Suprema diciendo que el proyecto de viviendas sociales se basaba en una modificación trucha del plan regulador y que no tenía sus permisos al día. Todo era falso, pero lograron que el tribunal acogiera el recurso y dejara suspendido el proyecto ante la desesperación de 300 familias que deberán seguir esperando como allegados.
Este caso no solo ilustra el doble estándar de algunos catones del buenismo, sino que refleja su intolerancia ante cualquier proyecto que altere su paradigma de aldea Hobbit que describe Marcelo Ruiz.
Se dicen progresistas pero detestan el mal gusto de las clases medias para escoger sus viviendas color pastel, en vez de casas o depas de revistas de arquitectura. Son abiertos de mente, pero publican manuales de Carreño con las frases que podemos pronunciar y aquellas que nos enviarán a la hoguera de la corrección política. Condenan los rodeos, pero no tienen problemas en visitar supermercados llenos de cadáveres de animales y sueñan con la China pobre de los años 50, solo porque millones se desplazaban en bici luego de extensas jornadas de trabajo.
Estos progresistas no quieren a los pobres cerca de sus casas, pero sí en la calle peleando sus batallas y destruyendo los monumentos que no ven o los paraderos que no usan. Alientan desde Twitter la revuelta popular del estallido social, cuyos fuegos pueden admirar desde la precordillera tomándose un jugo de quínoa, para luego acostarse con el ruido de los pajarillos, y soñar con un mundo más justo y bueno.
Comenta
Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.