
Disculpas por casi solo citar

Ha muerto Francisco. En los difíciles tiempos de pandemia, fue una voz orientadora y de esperanza para millones. Ya en marzo de 2020, dice: “Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas. Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: ‘perecemos’, también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos”.
Tuvo palabras durísimas para quienes no cuidaron de los más pobres y ancianos, así como mensajes de aliento para los países que dieron las batallas más duras: “Es verdad que estas medidas (cuarentenas, vacunas) ‘molestan’ a quienes se ven obligados a cumplirlas, pero siempre es para el bien común y, a la larga, la mayoría de la gente las acepta y se mueve con una actitud positiva. Los gobiernos que enfrentan así la crisis muestran la prioridad de sus decisiones: primero la gente. Y esto es importante porque todos sabemos que defender a la gente supone un descalabro económico. Sería triste que se optara, por lo contrario, lo cual llevaría a la muerte a muchísima gente, algo así como un genocidio virósico”.
Su libro La vida después de la pandemia contiene una serie de propuestas concretas para una nueva conciencia en la humanidad. “Mostremos la misma agilidad operativa que hemos demostrado para bloquear el virus, rehabilitando y fortaleciendo toda la industria de la salud” -dice. Y en un llamado de esperanza, “El Covid-19 nos ha permitido poner a prueba el egoísmo y la competición, y la respuesta es la siguiente: si seguimos aceptando, e incluso exigiendo, una competición implacable entre intereses individuales, corporativos y nacionales, en la que los perdedores son destruidos, entonces al final los ganadores también perderán como los otros, porque este modelo es insostenible a cualquier escala: desde el virus microscópico hasta las corrientes oceánicas, desde la atmósfera a las reservas de agua dulce. Una nueva era de solidaridad debe poner a todos los seres humanos en el mismo plano de dignidad, cada uno asumiendo su propia responsabilidad y contribuyendo para que todos —uno mismo, los demás y las generaciones futuras— puedan prosperar”. Esto último es un grito que resuena en momentos en que los mecanismos de solidaridad mundial, de entendimiento para la paz, del auge de una medicina solo tecnológica, del cuidado por los más vulnerables, pasan por su peor momento desde el fin de la II Guerra Mundial.
Por Jaime Mañalich, médico
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