¿Dónde quedó el centro?

Presidential and parliamentary elections in Chile


Por Federica Sánchez, académica de Facultad de Ciencias Sociales, Universidad Alberto Hurtado

Los resultados de las recientes elecciones presidenciales muestran con claridad que los partidos tradicionales que supieron dominar la política chilena de la Transición han pasado a un segundo plano frente al avance de candidaturas de nuevos pactos y partidos. Este recambio no debería tomarnos por sorpresa, puesto que hace tiempo el sistema político viene dando cuenta de este fin de ciclo. Los partidos políticos suscitan el mayor nivel de desconfianza, y esto se recoge hace años en las encuestas de opinión pública (en las últimas encuestas CEP, no sobrepasan el 4%). En este sentido, no es casualidad que, en la elección a convencionales constituyentes, hayan sido los candidatos independientes quienes obtuvieron más votos y mayor representación. Tampoco es casualidad que Sichel haya enfatizado durante toda su campaña que, si bien representaba a los partidos tradicionales de la derecha, él era un candidato independiente.

El ordenamiento ideológico del electorado chileno se ha dividido tradicionalmente en tres tercios, izquierda, derecha y centro. Sin embargo, cabe hoy preguntarse ¿dónde está el centro? Cuando la oferta partidaria se polariza asimétricamente, extremándose incluso más hacia la derecha con el surgimiento del Partido Republicano, el espacio ideológico que entendemos por el centro parece desdibujarse. A nivel de la elección presidencial, esto resulta evidente cuando observamos la quinta posición en la que quedó Provoste, la candidata del Nuevo Pacto Social (NPS), cuya composición partidaria, a pesar de poder decirse propiamente de centroizquierda, quedó anclada al centro ideológico por no pactar ni acercarse a Apruebo Dignidad. En un contexto de alta polarización, la decisión de Marco Enríquez Ominami de competir solo, por fuera del NPS, contribuyó aún más a fragmentar los votos y a debilitar la posición del centro ideológico. Si, por el contrario, nos detenemos en la elección legislativa, el centro parece sobrevivir más cómodo en tanto logró sumar 8 nuevos senadores y mantiene un número considerable de diputados en la Cámara Baja. Al menos en el espacio parlamentario, el desplome del centro no se hace tan evidente como en el magro resultado que consiguió en la carrera presidencial. Es más, dada la composición final del Parlamento, es posible que sea un actor sumamente relevante para las negociaciones y los acuerdos que vengan.

En términos generales, a la competencia al interior del mismo espacio ideológico, se suma la baja participación electoral, que camufla al centro entre las opciones más alejadas de la derecha y la izquierda, coincidentes con sectores hoy en día muy movilizados. En una democracia con altos niveles de participación electoral, el eje ideológico se poblaría de votantes que expresarían sus preferencias distribuyéndolas a lo largo de todo el espacio disponible. En este contexto, el centro afloraría naturalmente. Pero el electorado chileno es uno de baja intensidad, por lo tanto, el resurgimiento del centro como una opción política viable depende de que la ciudadanía que no comulga con posiciones más extremistas decida salir a votar. A fin de cuentas, cuando las encuestas le preguntan a la gente dónde se ubicarían en un eje ideológico de izquierda a derecha, donde 1 representa a la izquierda y 10 a la derecha, la mayoría del electorado se ubica en el 5, es decir, justamente en el centro. Una pregunta interesante para responder podría ser si el votante mediano en Chile es realmente de centro o si lo es por el contrario el abstencionista promedio.