Dos izquierdas, ningún horizonte
La pérdida del poder, que por 20 años tuvo la Concertación, abrió un análisis sobre las causas que llevaron a la ciudadanía a girar a la derecha e impulsó la aparición de fuerzas con un planteamiento supuestamente renovado. Al mirar el desempeño de ambas izquierdas, expresadas en la Nueva Mayoría y el Frente Amplio, pareciera ser que ni las cavilaciones autoflagelantes ni los nuevos proyectos bastaron para reanimar esa parte del espectro de nuestra política.
El debut y despedida de la Nueva Mayoría revela la crisis que sufren hoy las izquierdas nacionales. Las autocríticas sobre la pérdida de las elecciones presidenciales del 2010 dieron como razón la falta de un proyecto político más radical. Surgieron así las "retroexcavadoras" que buscaban arrasar con el modelo económico y político, y se impulsaron reformas emblemáticas (educacional, tributaria y laboral) que fueron rápidamente desaprobadas por la ciudadanía.
Por su parte, el Frente Amplio entró a la disputa electoral y logró una representación parlamentaria que lo validó. Su proyecto se erigió sobre una crítica a la lógica de consensos transicionales sobre los cuales gobernó la Concertación, porque habrían significado la consolidación del modelo económico impulsado por el gobierno militar. A poco andar, estos nuevos actores mostraron que su irrupción se sustentaba en una nube de novedad más que de renovación. Frente a la dictadura venezolana mostraron reverencia e hicieron vista gorda a los atropellos en Nicaragua. Por si esto no bastara apoyaron sibilinamente a terroristas que cometieron crímenes enormes en nuestro país.
Ninguna de las dos izquierdas ha sido capaz de ofrecer un proyecto futuro para nuestro país. Una de ellas fracasó al volver a intentar girar más a la izquierda y aún no se recupera. Paradójicamente, la única medalla de gloria que puede exhibir es haber administrado con éxito un modelo económico que nunca asumió como propio. La otra, por más que se esforzó por matar a sus padres, terminó recayendo en los errores de sus abuelos, ofreciendo ideas y métodos setenteros fracasados: más estatismo y esa ancestral "adicción" a no condenar la violencia.
Ambas con déficit en pensar la relación individuo, modernización y democracia. Por eso no resulta temerario afirmar que su última narrativa propia culminó en los 70. Los esfuerzos de algunos por resituar como héroes "épicos" a vulgares terroristas es la más clara muestra de su tragedia errante. No sorprendería que, al igual que con el Che, surjan poleras con la imagen de Palma Salamanca. Curiosamente es el mismo asesino de Jaime Guzmán quien se los recuerda con soberbia, a pesar de las peñas en su nombre y los autógrafos que políticos y entrevistadores le piden.
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