Ecología de un pacto social
Por Carolina Tohá, exalcaldesa de Santiago y exministra
El resultado del plebiscito fue categórico y debería reorientar nuestras prioridades, cambiar la conversación y motivar al menos el intento de hacer las cosas de otro modo. Por ahora, no se ha visto una inflexión de ese tipo en casi ningún sector.
El primero que tendría que darse por aludido es el mundo político, donde fuimos notificados de un mensaje bien exigente: queremos una Constitución distinta y no queremos que ustedes controlen su redacción. Ni izquierdas ni derechas pueden suponer que esa declaración no les toca y seguir de largo haciendo las cosas de siempre. Abrir la puerta a personas independientes en la Convención Constituyente es una forma de recoger el guante, pero puede representar una simple simulación de que algo cambió. Si esa apertura se limita a promover gente famosa y desvinculada de lo público, el cambio será solo aparente y permitirá a los partidos vestirse con los independientes sin modificar el esquema de los liderazgos y del poder. Lo significativo vendrá si se despeja el camino para quienes tienen un compromiso social y un interés en lo público pero, producto de la crisis de los partidos, han rehuido la militancia para volcar su vocación por otras vías. Si esos perfiles integran la convención constituyente harán una diferencia sustantiva más allá del puro cambio de rostros. El debate parlamentario para simplificar requisitos y permitir pactos entre independientes y partidos es clave en ese sentido. Igual de importante es entender que nada de eso sustituye los cambios profundos que se requieren en los partidos y en la política profesional para renovar sus contenidos, salir del ensimismamiento, alejarse de las prácticas clientelistas, establecer una real democracia interna e innovar en la forma de relacionarse con la sociedad.
La política no es lo único que se debiera remover después del plebiscito. Su rol es importante, pero su gravitación no ha hecho más que retroceder en el mapa del poder. Lo ocurrido requiere un esfuerzo de la sociedad en su conjunto, en que cada persona y sector tienen algo que aportar. Aquí quisiera mencionar dos actores que son fundamentales.
El primero es el mundo empresarial. No hay otro sector social con tanto poder para hacer una diferencia como el empresariado. La pregunta es ¿quiere hacerla? Quienes han puesto más convicción en defender el orden de cosas que hoy está en cuestión tienen un pase de oro para destrabar los términos del debate. Si en lugar de resistir los cambios el mundo de la empresa se involucra en la conversación del pacto que necesitamos acordar, hará un aporte clave para que ese proceso llegue a puerto. Como ha dicho Jeannette von Wolfersdorff, el riesgo de la polarización es directamente proporcional a la ortodoxia y rigidez de quienes tienen más poder.
El otro sector es el de los medios de comunicación. Hay una forma de cubrir los debates del país que está agotada y consiste en exasperar las polémicas sin profundizar en los argumentos. Es fácil seguir las peleas en los medios, pero es muy difícil entender las razones de cada parte. Tener debates inteligibles es un requisito democrático y también lo es la diversificación de las voces. La demanda de la ciudadanía de verse reconocida entre los interlocutores de la conversación pública es evidente y los medios tienen algunas llaves para permitirlo.
Esto está recién comenzando.