El abismo Bolsonaro

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Bolsonaro


El resultado de la primera vuelta de las elecciones brasileñas, y el triunfo de Jair Bolsonaro con 46% de los votos, confirmó los más terribles augurios. Lo que ello supone lo anticipa bien un documental de Vice que, por estos días, cobra actualidad. En él, Bolosnaro es encarado por la actriz y activista LGTBI+ Ellen Page, a raíz de sus polémicas declaraciones sobre la homosexualidad.

La asociación que de su figura puede hacerse con Venezuela va más allá del uso que, de la situación que la aflige, ha hecho durante su campaña. Su hechura militar, pero también los presagios de demolición, hacen recordar la llegada de Hugo Chávez al poder, en 1998. Un exgolpista que, luego de ser indultado, se sometió al rito de pasaje electoral en el que dejó en el camino a la que pudo ser, antes que Michelle Bachelet, la primera mujer presidenta por la vía de las urnas en un país importante de América Latina: Irene Sáez. ¿En qué está hoy convertida la que fuera la darling de la región? En, lisa y llanamente, un averno narco petrolero.

Chávez abrió un surco, pero Bolsonaro nos coloca frente a un abismo. ¿Hasta qué punto la satisfacción con la democracia electoral oscureció la pendiente por la que discurría su apoyo? Viene cayendo en forma consecutiva desde 2010, llegando a 53% quienes la apoyan como forma de gobierno.

Mientras Bolsonaro cabalga a lomos de tendencias globales de auge del neonacionalismo y de la extrema derecha, las fuerzas políticas en algunos países no logran tomarle todavía el peso. Es el caso de España, donde Pedro Sánchez se apoya, para gobernar, en una curiosa mezcla de partidos separatistas junto con un Podemos que tuvo vínculos financieros con el chavismo. El socialista insiste en ver la paja en el ojo ajeno al culpar a los partidos Popular y Ciudadanos por el avance de Vox. Caratulado como de extrema derecha, la demoscopia anticipa su entrada en el Congreso, rompiendo la excepcionalidad que, dentro de Europa, el país exhibía. Sin embargo, entre los intelectuales se ha decantado un relativo consenso acerca de que la llegada a este punto tiene mucho que ver con el énfasis por el identitarismo centrífugo de la izquierda.

En todo caso, la responsabilidad por una cultura de aprecio a la democracia, hoy en estado de zozobra, no es solo de las fuerzas políticas.

El vértigo que antecede a la segunda vuelta de la sexta economía del planeta debiera suscitar reflexiones acerca del rol de los medios, pero también en otros círculos más insospechados. Por ejemplo, en los de una disciplina como la Ciencia Política, dado que, de factura norteamericana, ha construido una imagen de sí misma como la de una "ciencia de la democracia".

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