El amor, las pasiones y la violencia

Norma Vásquez


La violencia de género sigue ocurriendo. Semana tras semana, como si fuera normal, sale a la luz una noticia de este estilo. Este mes ha sido Antonia, Ámbar y ahora Norma. Y a pesar de lo común que es, hay que insistir en que no es normal.

Cuando editaba esta columna, busqué un sinónimo de la palabra violento y me aparece, como primera opción, apasionado… Es cierto que para los griegos antiguos hay pasiones violentas como la ira, pero también la compasión es una pasión. Para ellos, las pasiones son la disposición natural del ánimo, y los estoicos por ejemplo, postularon que estos debían ser aplacados para lograr la real felicidad y plenitud del alma, y que debíamos vivir sin alteraciones emocionales (ataraxia). Pero estas pasiones no eran ni buenas ni malas, simplemente eran una expresión del alma de los individuos. Sin embargo, hoy entendemos la pasión no como los griegos, sino como los románticos del siglo XIX, que le dieron una connotación positiva a las pasiones, sobre todo a la pasión erótica, como si fuera más verdadera que la razón, porque es más honesta con uno mismo. Esto implicó entender la pasión erótica (violenta o no) también como verdadera, y dio pie a borrar los límites que imponía la racionalidad, la que supuestamente no es real porque nos coarta, porque nos obliga a no poder hacer lo que queramos a los demás. Esta herencia de los románticos ha resultado ser bastante peligrosa. Primero porque supone desentendernos de que lo racional es verdadero también (como si la razón no fuese una virtud del alma humana), y segundo porque aparentemente nos da derecho de hacer lo que queramos con quienes se crucen ante nuestras pasiones. Lo que debe quedar claro, es que para vivir juntos no podemos hacer lo que se nos antoja; ni en la intimidad, ni en la sociedad. La violencia que ocurre entre personas, que ciertamente puede ocurrir en distintos planos (simbólica o física, por ejemplo) en realidad no es pasión erótica, ni siquiera cuando ocurre entre dos amantes y se debe siempre a un descontrol total de impulsos de quien comete un perjuicio. Esta es absolutamente irracional. De hecho es una pasión que nubla la razón.

Se entiende de la filosofía de Hannah Arendt, que el amor erótico, ese que se da solo entre dos personas, ocurre en una especie de “micromundo” compartido solo por ellos. Ese pequeño mundo es tal porque nada puede decirse de lo que ocurre ahí, porque no refiere a un mundo común con los demás, sino a uno íntimo y seguro, propio de los amantes. En ese mundo no se concibe la violencia porque esta destruye las condiciones y el espacio de intimidad que los amantes han decidido libremente compartir. Cuando la violencia ocurre en el micromundo, expulsa a los amantes de ahí, destroza la idea del amor, anula la idea de la libertad genuina del lugar compartido y los vuelca a otro lugar. Por eso, la violencia de género se vuelve un tema público, porque uno de ellos los ha desalojado de ese espacio seguro y ahora pertenecen a un lugar público, ese donde todos debemos resolver nuestras diferencias racionalmente. La visión romántica de las pasiones como verdaderas y, por tanto, supuestamente mejores, requiere ser precisada. Hay pasiones que son peligrosas y eventualmente dañinas. Lo que le pasó a Norma no fue por amor, fue por una pasión desatada. La violencia que ella vivió, y que otra vez debemos presenciar, es un arrebato destemplado, una acción desmedida que debe ser prohibida y censurada. La violencia de género, que ocurre en nombre del amor, pero que no lo es, debe reprocharse con fuerza y no puede permitírsele existir en nuestras sociedades, porque perpetúa una pasión irracional, un tipo de vínculo que es indigno para el mundo que compartimos.

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