El anhelo de cambio y el desafío constitucional
Hernán Hochschild es director de Tenemos que Hablar de Chile.
Hemos escuchado la palabra “cambio” durante meses. Desde el estallido social, la ciudadanía se ha manifestado por querer transformar las cosas, su cotidianidad, su relación con el Estado y la política. Pero, ¿qué significa realmente este cambio? ¿Qué significa que ‘las cosas tienen que cambiar’ y cómo se conecta ello con la nueva Constitución? Los cerca de 1.800 encuentros por videollamada que hicimos desde Tenemos que Hablar de Chile —con sus 3.500 horas de registros— nos pueden ayudar a tener una idea de lo que podría significar ese cambio y desde dónde nace su anhelo.
En Tenemos que Hablar de Chile —la plataforma de participación impulsada por las universidades Católica y de Chile, junto a otras 60 organizaciones— el cambio nace desde el malestar. Pero es un malestar con dos dimensiones. La primera —potenciada por la pandemia— es una parte material: la inseguridad y la incertidumbre de los proyectos de vida que se cristaliza en perder el trabajo, pensionarse, en la educación que van a tener los hijos, en enfermarse, en no conseguir vivienda, entre tantas otras cosas. Es, en resumen, la falta de estabilidad, el llegar o no a fin de mes y la llamada vulnerabilidad de las clases medias. Pero también encontramos una parte inmaterial: el trato, el relacionamiento entre las personas, nuestra convivencia, y también el trato de las grandes instituciones.
Esa naturaleza del malestar —material e inmaterial— de inseguridad y trato, encuentra su esperanza en el cambio. El cambio es proyectarse a que podemos estar mejor. Y estar mejor, es una vida más estable y una mejor convivencia. El cambio, es un cambio estabilizador de la vida. No determinador de ella, ni productor de más incertidumbre. Y ahí juegan un rol central las instituciones, pero también nuestra convivencia y las cotidianidades que hacen la diferencia en la estabilidad de la vida.
Pero, ¿y la Constitución? Aparece en nuestros diálogos como el camino del cambio institucional. Pero lo que hace nueva a la nueva Constitución no es cuán novedosas sean sus instituciones. No encontramos una clara conversación sobre innovaciones disruptivas. Encontramos sobre todo un reseteo e innovación integradora, productora de seguridad. Probablemente porque las personas hablan desde lo que conocen y desde un lugar plagado de incertidumbre. Por eso la conversación fue desde lo micro, conectada con el anhelo de un Estado y un mercado preocupados y ocupados de las personas, en que la dignidad del trato no se mide en pesos.
Y aunque no encontramos la discusión política —de más o menos Estado— sí encontramos un discurso político. Las instituciones importan y la política importa, porque gobiernan las instituciones. Pero la política tiene que cambiar, porque no está “cocinando para las personas y con las personas”. Está atrapada, a ojos de la ciudadanía, en sus intereses. Por eso el cambio más radical de todos, que escuchamos, es el de la política. Un cambio que quedó absolutamente reflejado en los resultados de las elecciones de constituyentes de mayo pasado.
Por ello, desde estos diálogos, emerge un desafío que no está escrito. Se podría decir que la Convención tiene tanto un mandato de escribir la Constitución, para construir instituciones más integradoras y ayudar a la estabilidad de los diversos proyectos de vida de las personas. Pero también y no menos importante, tiene la tremenda responsabilidad de cambiar las prácticas de la política. Porque el malestar no es solo institucional, como vimos, sino que también se enraiza y encuentra su nacimiento en la convivencia social.
Esto no significa que la política tenga que estar vacía, ni que tengamos que dejar de lado nuestras diferencias. Todo lo contrario: significa que en las diferencias hay mucha riqueza para la construcción de una mirada colectiva, en la colaboración, la complementariedad y la discusión. En hacer del conflicto no una pelea de grupos de interés, sino que una tensión creadora de mejores soluciones.
Hoy domingo 4 de julio comienza un gigantesco desafío para los y las convencionales constituyentes. Una enorme responsabilidad: escribir la Constitución, pero también escribir una nueva forma de hacer política. Quizás si parten por lo segundo, llegaremos a puerto mucho antes. Esperamos que la ciudadanía se sume con fuerza para ayudar en ello.
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