El aprendizaje de un camino de medio siglo

FIRMA CONSTITUYENETE


Por Gloria de la Fuente, presidenta Fundación Chile 21

Se han cumplido 50 años desde el triunfo de Salvador Allende y de la Unidad Popular, una fecha que es para algunos una gesta histórica, dado que fue la primera vez que un gobierno socialista se impuso en las urnas (Guerra Fría mediante) y para otros el comienzo de un gobierno objeto de muchas críticas y que terminó trágicamente con el golpe de Estado de 1973. No habrá respecto a este hito y a lo que vino después una sola mirada: si fue la intervención de la CIA o el querer generar reformas profundas sin tener mayoría suficiente para aquello o si fue la traición de quienes juraron lealtad, son finalmente las interpretaciones que dividieron y dividen, aún medio siglo después, nuestro debate público y que ha sido por mucho tiempo, junto con los diecisiete años de dictadura después del golpe, lo que ha constituido el clivaje electoral más significativo del periodo.

Había pensado escribir sobre muchos otros temas que rondan por estos días nuestro debate político, no obstante, un mensaje de mi padre me hizo cambiar de parecer: “Se cumplen 50 años de la elección de Salvador Allende, una ventana de esperanza para un mejor futuro para los más pobres. No obstante los avances existentes, las brutales desigualdades siguen latentes”. Me perdonarán lo políticamente incorrecto de este disclosure tan personal, pero después de leerlo me quedé pensando que medio siglo después nuestro país, con diferencias sustantivas en el contexto político y social, ha vuelto nuevamente a los mismos temas. Hay algo que nos hemos negado a aprender, aún cuando sabemos que en la mirada larga, muchas veces la historia se repite.

Cuando hace casi un año atrás escuchábamos “no son 30 pesos, son 30 años” o “hasta que la dignidad se haga costumbre”, cuando vimos a millones de personas manifestarse o salir a la calle u organizar cabildos ciudadanos para poder volver a conversar, también vimos a otros aludiendo a una intervención extranjera o la existencia de ciertos grupos organizados que buscaban el caos y el desorden. Y así, nuevamente, se instaló una suerte de lógica de amigos y enemigos que ha hecho más difícil el diálogo político. Persiste además -en eso tiene razón mi padre-, esa percepción de la desigualdad que se expresa no sólo en la disparidad de ingreso, sino que de trato y de dignidad de las personas.

La diferencia, y en eso tal vez en algo hemos aprendido la lección, es que tenemos hoy la oportunidad única de reescribir la historia de manera distinta. Si algo hemos aprendido en los últimos 50 años es que el camino de las instituciones es el único que puede garantizarnos la posibilidad de encontrar soluciones a dilemas complejos de la sociedad, donde no haya vencedores ni vencidos, ni vulneraciones de derechos, sino que un camino común en democracia. Cuidar el proceso constituyente en cada una de sus fases, tener disposición al diálogo, pero sobre todo, ser capaces de entender que no habrá posibilidad alguna de construir un país mejor si no estamos todos involucrados en la solución de nuestros problemas, más aún después del desastre sanitario, económico y social que nos dejará la pandemia, es el único camino posible.

Ojalá prime la cordura y no nos equivoquemos en ello.

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