El carnaval de la muerte
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SEÑOR DIRECTOR
Las fiestas clandestinas no son solamente meros gestos de irresponsabilidad. Son la otra cara de la muerte. La negación de los grandes temores de la especie humana: el dolor, la enfermedad, la pérdida de los seres queridos, la pérdida de la vida propia. La fiesta, como el carnaval, da una fantasía de libertad. Es una reacción defensiva patológica a la evidencia del horror. Es mayor cuanto más es el hacinamiento y cuanto más jóvenes son sus participantes; desprecian el riesgo, incluso lo disfrutan. Las fiestas alivian el encierro, el confinamiento, la distancia. Iríamos felices a una fiesta si hubiera alguna versión seria de curación. Sería una fiesta desaforada, excesiva, la celebración de la vida. ¿Quién puede resistirse a tamaña tentación?
Las fiestas aseguran que no hay muerte o que (frases tontas siempre hay) “de algo habrá que morirse” o “si es como cualquier otro virus” o “se mueren los viejos no más”. Será interesantísimo un reportaje a las explicaciones con que se sostiene con alfileres la lógica de tal convocatoria. Debajo de esa irracionalidad el pánico. Denegado, renegado, rechazado. No hay riesgo = hay fiesta. El orden de los factores no altera el producto y todo lo que digan las desautorizadas autoridades queda flotando en el aire y se lo lleva el viento cibernético.
El número, incluso, es más negable. La historia personal acumulada duele más, pero si soy joven, si no nací para semilla ¿para qué la cuarentena? Viene la explicación: haces daño a otros, pones en peligro a la familia, no seas irresponsable. ¿Cómo no te das cuenta? Se trata de eso justamente, de no darse cuenta. No quieren escuchar el peligro. El miedo es insoportable, no hay escucha familiar ni acogida para él o quizás no hay espacio mental para sostener la angustia. ¡Vamos a la fiesta! ¡Piscola y música! “Tonterías de los médicos. No tienen idea, es un cuento para evitar el rebrote de la agitación social”. Mientras tanto los ventiladores saturados, el sufrimiento, el dolor. Algunos, más contenidos, se reúnen junto a una comedia liviana en Zoom, se acumulan sin estar aglomerados y se les ve disfrutando, más que el espectáculo, el convivio. El sueño de la normalidad que se fue quién sabe hasta cuándo.
Marco Antonio de la Parra
Director Artístico Teatro Finis Terrae, Psicoanalista