El casillero vacío
Esta semana Joaquín Lavín se definió socialdemócrata y Cristián Monckeberg, socialcristiano. Confesiones ideológicas un poco extrañas en un contexto como el actual, y más todavía proviniendo de personeros de derecha. Pero, en realidad, el sentido de esas expresiones no era doctrinario sino táctico, y responde a una doble convicción que desde hace tiempo avanza en el oficialismo: la primera es que la distancia crítica asumida por la centroizquierda respecto al Chile construido desde 1990 no tiene vuelta atrás; es decir, el daño generado por las fuerzas de la ex Concertación respecto a su propio pasado es algo irreparable. No habrá posibilidad de reconstituir el vínculo simbólico y afectivo con aquello de lo cual se renegó tan brutalmente.
La consecuencia de esto alimenta la segunda convicción: la vergüenza de la centroizquierda por su rol en los últimos 30 años derivó en un fenómeno tipo “síndrome de Estocolmo”; dicho sector está emocionalmente secuestrado por el PC y el Frente Amplio, y no solo no puede liberarse de ello, sino que tampoco desea hacerlo. En resumen, lo que alguna vez fueron referentes socialdemócratas y socialcristianos de la centroizquierda hace rato dejaron de existir; en la actualidad funcionan casi instintivamente como meros satélites de la izquierda radical, culposos y por tanto sin ninguna autonomía. Más encima, ad portas de un nuevo ciclo electoral, dichas fuerzas tendrán que hacer pactos electorales con el PC y el FA, de lo contrario, corren el riesgo de terminar reducidas a la mínima expresión.
Al final del día, es esta vocación suicida la que hoy tiene a ese sector sin posibilidades de levantar un liderazgo presidencial, y con la perspectiva cada vez más cierta de terminar apoyando a un candidato del PC o del FA en primera o en segunda vuelta. Si hay primarias, parece difícil que un candidato socialdemócrata o socialcristiano logre imponerse. Si no hay primarias y compiten en primera vuelta, lo más probable es que al balotaje pase el candidato del PC o alguno del FA. En cualquier caso, la posibilidad de que el mundo que alguna vez representó la Concertación pueda perseverar solo ha disminuido en el último tiempo, y nada anticipa que esa tendencia vaya a modificarse.
En síntesis, la audacia mostrada por Lavín en estos días solo es una derivada de dicho escenario; un escenario donde el casillero dejado vacío por la centroizquierda no puede ser llenado ni por el PC ni el FA, pero menos aun por los que renegaron de su pasado y hoy viven acomodados a su voluntario secuestro. Cuando el alcalde de Las Condes se definió como socialdemócrata puso sobre la mesa, quizás sin saberlo, el peso de una significativa verdad histórica: en el siglo XX la socialdemocracia solo fue posible por su diferencia y su distancia crítica con la izquierda anticapitalista. Y en el Chile de los últimos años esa diferencia y esa distancia simplemente dejaron de existir.
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